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La Habana es como una hermosa, limpia, fresca, alegre casa: sus puertas, de par en par, invitan a visitarla. Aquel que a Cuba respete
En el río San Juan vive un pececito que aprende a nadar. Sobre el Yumirí —iris diminuto—
Subes a la portada, ¡quiquiriquí! entusiasmado cantas, ¡cucurucú! Veo tu pico amarillo,
Ocho mulitos tiene mi arria y todos suben por la montaña. Se ve salpicado el río
En la casa que recuerdo, en la casa, entre el naranjal y el cielo: plátano indio, plátano congo,
Mamá Gallina Jabada viene con la cresta erguida y las patas enfangadas. Y su polluelo amarillo corre del nido al jardín
¡Tilín! ¡Tilán! Campana de oro de la mañana. ¡Tilín!
Con sus pichones la codorniz a la sabana viene a dormir. Un perro ladra
EL día, una rosa blanca. La noche, un caballo negro. (La tarde, una mariposa que ha detenido su vuelo.)
Juana tejedora, téjeme un pañuelo para ir a la boda de don Pirulero. Dame, jardinero,
Cua cua, cantaba la rana, cua cua, debajo del agua. Pasó una paloma:
—¡Hola, Pinocho!, ¿qué haces ahí? —Busco una joya que ayer perdí. —Dime, Pinocho, ¿que joya?, di. —Un pedacito de mi nariz.
—Venga, venga, salamandra: ¡abra la puerta, saque la gata, busque la escoba, limpie la casa!
En su casa de hojas despierta el pájaro porque, anunciado el día, se entona el gallo. Canta seguido,
Abrigando el arroyo la caña brava, chorros de finas hojas al aire lanza. ¡Qué musicales ramos,