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Salvación

a Isaid

Lo encontré desahuciado
con la mirada sombría,
el rostro traslúcido
y un millón de cicatrices
cubriendo su cuerpo.
No sé si estaba más roto que yo
pero tuve ganas de repararlo,
unir sus piezas esparcidas,
curarlas con té de manzanilla.
Porque mirarlo
me producía ternura,
anhelaba contar cada hebra
de su cabello sobre mi regazo,
deseaba con todas mis fuerzas
besar sus mejillas trigueñas
bajo la tenue luz de la luna.
Mi mayor debilidad
tenía una silueta bien definida,
unos pómulos perfectos
incluso con esa sonrisa afligida.
Sin importar las consecuencias
unté mi piel con partículas de nieve
en esas frías tormentas de invierno,
fui su soporte leal,
erguí sus andares pesados
y su dorso encorvado.
Entrelacé sus dedos con los míos,
lo encaminé al paraíso clandestino
en ese mar de emociones.
Estallamos en un cúmulo
de luciérnagas parpadeando
en la luz perpetua.
Fuimos y venimos
nos sedujimos y nos reconstruimos,
volvimos a creer en esas cinco letras:
de la A a la R
de su boca a la mía.
Renacimos en un par de aves
emblemáticos, deslumbrantes
llenos de vitalidad desmesurada,
con un pulcro plumaje
y un par de alas nuevas
para surcar.
Préféré par...
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