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“Se acerca el otoño”

Llega el otoño y después el largo invierno que descansará en una linda primavera.
El verano nos llenará de alegría, hasta que nuevamente el otoño me traerá ese cofre lleno de recuerdos y despedidas.
“Mi vida”

Se acerca el otoño, muy pronto nos llenaremos de colores y un chasquido turbador nos acompañará al pisar esas hojas secas que lo colmarán todo.

Es un momento de reflexión y de paz, de reencontrarnos a nosotros mismos y valorar todo lo que la vida nos ha dado.

Las calles llenas de gentes, se sumergen en su día a día sin mirar a su alrededor, pendientes tan solo de alcanzar el metro o el autobús como si éstos fueran los últimos.

Y los coches amontonados en las horas de la mañana, por un intento de salir adelante del tráfico ensordecedor del instante.

Esto no es más que la vida de una ciudad maravillosa y cosmopolita como lo es Madrid.

Voy sola, andando y sumergida también en esta vorágine que me transporta a cualquier sitio, casi sin darme cuenta.

En realidad no tengo prisas, y esto me alegra, ya que puedo disfrutar
“a mi aire” de lo que quiera.

Entro a una cafetería y pido un café, allí sentada en la terraza me entretengo con el ir y venir de todos.

Los niños con sus uniformes escolares dan ese toque de inocencia tan necesario, los jóvenes expresando su amor sin tabúes y los ancianos con su lento andar (solos o acompañados), dejan ese sabor añejo a la ciudad.

Las palomas revoloteando llenando las plazas, las calles y los campanarios de las iglesias, en su volar constante y alegre.

He terminado de desayunar, pero aún me quedo un poco más disfrutando el momento.

La televisión del lugar dando las noticias actuales, pero no las oigo, solo deseo relajarme, para disfrutar mi realidad del instante.

Veo a dos monjitas pasar, las sigo con la mirada y sin quererlo retorno a mi niñez, cuando estudiaba en una escuela salesiana y me pongo a pensar  en aquellos días tristes y oscuros cuando todas ellas,
se vieron obligadas a marcharse.

De momento, veo un coche blanco lleno de flores con una pareja de novios y con una sonrisa vuelvo a revivir el día de mi boda.

Y así, sin quererlo me vienen a la mente los momentos pasados, malos y buenos, como si fuera el mano a mano de mi vida.

Recuerdo con un escozor en el pecho, la partida definitiva de mis abuelos hacia otro país y ese último adiós que marcó mi niñez.
Nunca más los volví a ver.

Hay muchos más recuerdos (muy tristes), que no deseo mencionar o revivir, pero que están aquí, dentro de mí y que ahora no he podido evitar traerlos a mi mente.

Vuelvo impaciente al instante maravilloso en que nacieron mis niños.
Me sentía,
tan importante, tan realizada, tan feliz.

Luego, cuando al fin terminé mi carrera, llena de sucesos maravillosos como fueron mis embarazos.

La separación de mi hijo cuando solo tenía 47 días de nacido para poder terminar los estudios y después la desesperación por ver sus fotos o saber si decía mamá o ya le había salido su primer diente.

No puedo evitar una mezcla de muchas alegrías llenas también de mucha nostalgia.

La salida de mi madre y luego sus visitas colmadas de regalos
junto a la tristeza de su inevitable regreso.

Mi viaje a Italia por seis meses que tanto marcó mi vida  y también un poco la de todos.

Otro momento lleno de contradicción y dolor para mí fue la despedida definitiva de mi hijo hacia otro país. Sabía que ese viaje
era lo que él más deseaba, pero yo me quedé vacía.
“De nuevo lo veía partir”

Luego la enfermedad de mi padre.
Cuando me acerqué a él para despedirme, cerró los ojos para no verme marchar,
y ese momento lo tango preso en mi mente. A los pocos meses una llamada de mi hijo para anunciarme que ya todo había terminado.

Y mi partida (que sabía era decisiva para todos), dejando atrás a gran parte de mi familia y a mi padre tan enfermo, me llenó de pena, sumado a
la inseguridad de un futuro próximo que podía prolongarse en lejano o peor aún...incierto.

Ese adiós no lo tengo nítido, todo lo veo lleno de humo. Es como una defensa a la tristeza, al desarraigo, a enfrentarme “sola” a una vida que desconocía.

Al final, mi vida ha sido una constante despedida desde que era muy pequeña, que se ha mantenido irremediablemente en el tiempo.

Recordé aquel día en que recibí a mi hija en el aeropuerto, tan joven, linda y con tantas ilusiones.

Hacía mucho frío y al verme vestida de forma diferente le impactó. La risa de las dos llenaron el lugar.
Pensó que yo era europea.

Y el día aquel en que ella, toda vestida de rojo, fue al encuentro de su pareja que también llegaba, sumergido en un mar de dudas, pero dispuesto a emprender la nueva vida que le venía.

Meses después llegó mi marido, indeciso a dar el paso definitivo, también se separaba de su madre, que en muy poco tiempo nos dejó.

Ahora sé, que muchas cosas las hubiese hecho diferentes (y esto sin ninguna duda).

“Seguro hubiera sido màs feliz”

Pido otro café, no tengo deseos de irme, solo ansío recorrer mi vida, pero de una forma serena y sin remordimientos.

El nacimiento de mi primera nieta me llenó de felicidad , no creía que ya pudiera ser abuela. Solo anhelaba conocerla.

Y ahora recuerdo con una sonrisa a mi hermana, nerviosa y llena de ilusiones, pero llorando en el aeropuerto porque no habíamos llegado a tiempo a recogerla.
Parecía una niña indefensa y miedosa.

Luego y después de muchos esfuerzos, la llegada de mis sobrinos siempre felices y encantados de esta ciudad que los acogía.

Ya juntos, era todo más sencillo, pero no siempre ha sido felicidad.

La enfermedad inesperada de mi hermana que nos arrebató su vida, desestabilizó nuestra familia, pero el nacimiento
de los niños, compensó en parte esa ausencia tan querida.

No olvido el día aquel, que sentados en el columpio, mi hija nos dijo que esperaba un bebé, su voz entrecortada, se unió a la felicidad de todos.

A los cuatro años vino la segunda niña para acabar de colmar de infancia el hogar .

Termino el café, debo continuar, pero deseo seguir recreándome en mí misma y en estos recuerdos que tan dulcemente me llegaban.

Recuerdos dulces aunque tristes, ¡qué extraño!

O más bien recuerdos nostálgicos que se dulcifican con el tiempo.

Decidida me levanto, una ciudad me espera para adentrarme en sus callejones, en sus plazas, en sus calles, para ser una más de esa gente sin identidad aparente que se cruza conmigo, sin siquiera rozarnos con la mirada.

Y camino sin rumbo fijo, entrando en una tienda o en otra, parándome en una librería, tomando fotos o haciendo vídeos de esos músicos que se ganan la vida en las calles.

El tiempo pasa y me siento un tanto cansada, es hora de volver.

No puedo evitar un suspiro muy hondo y vuelvo a respirar una y otra vez, con una sonrisa llena de mí.

Me adentro en la estación de metro y tranquila regreso a casa.

Está cayendo la tarde y cada vez, son más las hojas que acolchonan el camino, llenándolo de colores y matices, pero también de música.

Vendrá el invierno y la primavera y el verano y de nuevo el otoño, y nuevas hojas volverán a acariciar mis pasos ya un poco más lentos o más cansados.

Y así, a la hora de dormir repaso mi día, a sabiendas que un sueño tranquilo y reparador me acompañará.

Mi vida es como un puzzle que solo yo sé armar, con mis recuerdos, con mis secretos, con mis sentimientos, con mis vivencias y sobre todo, con mis despedidas.

Muchas imágenes pasan por mi mente, unas más lindas que otras, pero que no dejan de ser partes de mí.

Entre todas me arropan.

Y así, sin darme cuenta y relajada, cierro los ojos...

08/18/2018

#Prosa

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