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CORTINA DE SEDA

Se aman sin reservas adentro de una oquedad, en la parte más alta de la pared, lejos de la atención de cualquier ojo impertinente o una intrusión desastrosa del enemigo natural.
Les sobran brazos para estrecharse mutuamente y para la caricia que se adhiere y se desliza, dejando huella de mucilaginosa sedería entre sus cuerpos entregados. Dieciséis untuosas avideces se apoderan de sus ajenas y deseadas estructuras. Dieciséis ojos entornados se enfocan hacia sus voluptuosidades respectivas.
¿Qué importa el riesgo fatal terminado del encuentro? Todo apogeo de la vida es cumplimiento. Mejor morir habiendo amado, que no haber amado jamás, se dirá el macho para sí.
Y mientras se desarrolla esa contienda amorosa y salvaje, ese juego de vida perpetuada, esa posible inmolación del ser más débil y feliz. El tibio hogar los guarda en la mayor de las intimidades; apenas una ligera agitación de la cortina de seda, discreta y delatora entre las convulsiones de las moscas adheridas y secas que cobran nueva vida por un instante de pasión.

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