Diste forma al metal, tus fuertes brazos
moldeaban cada pieza de una puerta
o ventana, que con tu mano experta
forjabas con amor y martillazos.
Doblabas hierro, pero tus abrazos
nos brindaban ternura y una cierta
rudeza amable muy poco encubierta.
Estricto, te brindabas sin rechazos.
El día postrero de tu existir pleno
convocaste a tu esposa y tus dos hijos,
hiciste gala de tu humor sereno
y nos dijiste adiós con ojos fijos.
No muere nunca quien fue un Padre bueno,
seguimos presintiendo tus cobijos.