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EL ÚLTIMO BARDO

Amanece todavía en el mundo, que nunca acabará de construirse, mientras siga en órbita y exista raza humana que se empeñe en hacerlo confortable y funcional.
El último Poeta sobre la Tierra se despereza al despertar, tomando gradualmente conciencia de sus circunstancias; realiza sus abluciones matinales y desayuna un café bien cargado, un par de huevos fritos y pan tostado. Las cortinas de las ventanas no permiten mirar al exterior; también evitan las miradas curiosas de los niños de afuera, pero aún así penetra la luz del sol en el par de habitaciones.
Después de agotar una breve carga de pipa y releer unos versos de Byron, se prepara para salir; debe conseguir más tabaco en el mercado negro, pues no le apetece fumar mariguana que se encuentra libremente en cualquier estanquillo. Cuida mucho su trabajo, no quiere que sus reflexiones se contaminen de artificios enervantes.
Aprovecha la salida para mirar las cosas que después nombrará por primera vez en la historia; al pasar por la esquina de Sur 16 y Oriente 259 saluda al Ingeniero Gaxiola quien le responde más por reflejo que por cortesía, éste mira al Poeta pasar y piensa para sí mismo: “¡pEro Komo puede aber gente asi en pleno 2050!”
El último Poeta llega con su proveedor clandestino, quien lo ha sacado de muchos apuros y parece no tener problema para entenderle, entre los dos se ha creado cierta camaradería. “Ola ke ase!” –Le dice el vendedor–. “Aquí como cada semana, por mi ración de aromático inglés y para ver qué tesoros me has conseguido”. El furtivo comerciante le entrega un paquetito de diez centímetros cúbicos y tres libros impresos en papel, cosas muy raras, le indica que el libro más delgado es un obsequio. El último Poeta le extiende su tarjeta y éste la pasa por un lector digital hecho a mano con mucho ingenio. Realizada la transferencia se despiden cordialmente, después de haber cambiado opiniones políticas en voz muy baja; a fuerza de constancia ha nacido entre ambos un verdadero aprecio.
El último Poeta sobre la Tierra da un paseo por la ciudad, la bolsa opaca hecha con fécula de maíz biodegradable, es un discreto escondite para sus cosas prohibidas, sabe que si no llama demasiado la atención, no se meterá en líos. Se aguanta muy bien las ganas de sentarse en algún parque a revisar sus libros, cosa que sólo puede hacer en la semi tranquilidad de sus habitaciones. Ya nadie puede leer obras impresas, lo poco que se preserva de cultura general es lo aprobado y publicado en la “Enciclopedia Oficial de la Red”, donde el Quijote ha quedado reducido a tres sucintas páginas para deleite de chicos y grandes. Cada vez que el último Poeta tiene qué abrir la página electrónica de la “sabiduría” por cuestiones de trabajo, le sobreviene, inevitablemente, el recuerdo del innombrable Ray Bradbury.
Desde que la mujer lo abandonó cansada de sus excentricidades, el último Poeta vive en un modesto y pequeño lugar, suficiente para él, sus libros y sus recuerdos. El vendedor clandestino le consiguió un ordenador de esos que se utilizaban a principios de siglo, ha aprendido a darle mantenimiento; cuando su trabajo de funcionario menor en la Oficina de Aduanas le deja un tiempo libre, se dedica a su verdadera pasión, prende el ordenador y escribe sus versos bien escandidos y sus pulidas estrofas que leerán unas cuantas personas alrededor del mundo. Un reducido círculo de lectores esparcido por el globo terráqueo que se encuentran intervenidos por el Departamento Central, pero que aún no han sido molestados por ser considerados inofensivos. Los censores aguardan a que la reprobación social generalizada los vaya extinguiendo gradualmente.
Mientras esto ocurre, el último Poeta sobre la Terra sigue con su creación incansable, interrumpida solamente por el molesto y aburrido trabajo, pues desde hace diez años todos deben laborar en algo; el lujo de la desocupación es cosa del pasado, todos deben realizar alguna tarea productiva por ley o serán encerrados en un lugar donde producirán de cualquier forma. Las autoridades se vanaglorian de haber abatido el desempleo, pero todavía desconocen el concepto de equidad; es posible que nunca sepan que existió esa palabra, la Academia Global de Unificación del Lenguaje, está entretenida en otros menesteres más urgentes que la preservación de sustantivos arcaicos u obsoletos.
El último Poeta sobre la Tierra, ignora que ya no tiene más colegas. Por los intrincados canales de la red busca a sus semejantes, evadiendo como puede la molestia de los funcionarios que nos espían a todos. Tiene la esperanza de encontrar otro amigo con quien compartir versos nuevos que no sean de él mismo. Se ha sentido muy solo desde que murió Rod Spencer en condiciones muy extrañas con la cabeza sobre el teclado y una última palabra: “¡Basta!” Los médicos legistas declararon suicidio y caso cerrado. Los pocos lectores ayudan al Poeta Postrero en su infructuosa pesquisa, pasará un tiempo todavía hasta que se den cuenta que las metáforas han caído definitivamente en desuso, aniquiladas por fin, no por la Secretaría Planetaria de Climas Morales, sino por la apatía de los habitantes del planeta, que se ha acomodado muy bien con el nuevo esquema global que les resuelve todos los problemas cotidianos de la vida a cambio únicamente de trabajar, pagar impuestos y ser felices.

(2013)

Como van las cosas, algún día nacerá el último... o tal vez, ya nació.

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