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MALDITA PALOMA

¿Cómo pude ponerme a mí mismo en esta situación tan extrema? Me pregunto mientras veo, desde la cornisa del doceavo piso del edificio, a una masa informe de rostros irreconocibles que me miran y me suplican a una sola voz que no salte.
En los tiempos recientes he experimentado los contrastes irónicos de la vida: Su fragilidad y fortaleza y ahora la opción tan denigrada de ponerle fin por decisión propia.
Todo empezó hace casi un año, cuando comencé a sentir un dolor constante en mi costado izquierdo, lo atribuí al estrés del trabajo y al desgaste por las horas extras. Cuando uno tiene una esposa y tres hijos que mantener no hay dinero que alcance para cubrir por lo menos las necesidades más básicas y la escuela de los muchachos... nada de lujos. Dormía muy poco y me alimentaba mal. Hasta que el dolor se volvió tan insoportable que no me quedó más remedio que acudir a consulta al Seguro Social, lo que me causó un tremendo conflicto con mi jefe, quien es enemigo de los permisos por incapacidad. Lo que me imaginé sería una simple consulta se convirtió en una serie de sucesos que comenzaron a alarmarme, me sometieron a varios estudios y días después el doctor Pardo, especialista en mi caso, me recibió en su cubículo  con rostro grave.
—Ojalá tuviera mejores noticias para usted señor Gómez, pero lamento mucho decirle que tiene un cáncer pancreático terminal que ha comenzado el proceso de metástasis. Ya es muy tarde, no hay nada qué hacer, le quedan tres meses de vida más o menos.
El médico me lo dijo de la mejor manera que pudo; no sé si existan palabras adecuadas que sirvan como una especie de anestésico para aceptar la realidad. Pasé por todas las etapas previsibles del caso, la negación, la histeria, el clásico “¿Por qué a mí?” y al final la necesaria resignación. Mi mujer y mis hijos transitaron por los mismos estados de ánimo con distintos grados de dramatismo. Me despidieron del trabajo y mientras se resolvía la demanda para hacer válidos mis legítimos derechos laborales, me quedé en casa preparándome para morir mientras miraba impotente cómo se iban evaporando los ahorros que en un principio estaban destinados para tener casa propia y, tal vez, hasta un auto.
Mi agonía tan esperada y temida se demoraba en llegar, era urgente conservar la vigencia del Seguro Social para tener acceso sin costo a las carísimas dosis del coctel de analgésicos poderosos que debería recibir para aminorar los dolores que se avecinaban. Lo extraño del caso es que esos dolores no llegaron y los malestares iniciales desaparecieron por completo; había escuchado que los moribundos tienen una breve fase de bienestar antes del momento final, pero ese lapso ya se estaba prolongando demasiado y hasta recuperé mi peso normal. Fue necesario acudir de nuevo al hospital para que me realizaran otros estudios.
El día fijado para los resultados del sin fin de análisis, me sorprendió encontrar al doctor Pardo radiante de alegría y acompañado de todo un comité de médicos que no disimularon su ansiedad por hablar conmigo. Resultaba que el cáncer no sólo había entrado en remisión, sino que no existía el menos vestigio de él ni de la indeseable metástasis.
—No sé ni por dónde empezar señor Gómez, cuesta tanto trabajo dar una mala noticia como una bastante buena. Usted se encuentra completamente sano, pero hay más: En los estudios hemos detectado que su cuerpo produce la molécula Vacquinol-1-sc50, la panacea tan buscada por la comunidad médica en los últimos tiempos; no abundaré en aburridos detalles técnicos, será suficiente con decirle que la dichosa sustancia detecta cualquier tipo de célula cancerosa y la vacuoliza, es decir, le produce una congestión que la hace reventar. Tenemos la teoría de que la situación de trabajo intenso por la que pasó antes de enfermarse, le produjo una debilidad que disminuyó su producción natural de la molécula y el cáncer congénito que lo hubiera matado hace mucho tiempo tuvo  oportunidad de desarrollarse. Al dejar de trabajar y mantenerse en reposo recuperó sus niveles de producción de Vacquinol-1-sc50 y los tumores fueron aniquilados por completo.
—¡¿Eso significa que me curé yo solo sin saber nada de medicina doctor Pardo?! –Pregunté lleno de asombro y felicidad.
—Efectivamente señor Gómez, es usted un verdadero prodigio de la medicina, mientras se encuentre en buenos niveles de peso y nutrición su cuerpo producirá tan importante molécula que lo  mantendrá inmune a cualquier tipo de cáncer. No es posible producir en laboratorio el Vacquinol-1-sc50, si así fuera hace mucho tiempo que el cáncer habría dejado de ser una amenaza para la humanidad. Su organismo puede hacer lo que muchos investigadores en todo el mundo no han logrado. Usted fabrica tal cantidad de la molécula que se podrían elaborar medicamentos para salvar miles, incluso millones de vidas..Es una fuente inagotable de tan milagrosa sustancia.
Me propusieron resolver de inmediato las necesidades más apremiantes de mi familia mediante una modesta renta mensual, a fin de cuentas se trataba de una institución de salud pública y no disponían de mucho dinero. Eso no importaba, no cabía en mí de la alegría; creo que por primera vez en mi vida me sentía verdaderamente útil. Sólo tenía la obligación de mantenerme saludable y presentarme una vez al mes en el hospital para que me sacaran un poco de sangre. Tantos años de mi existencia en un trabajo en el que siempre me sentía fuera de lugar, con un jefe que no se cansaba de ningunearme. Tenía la satisfacción incomparable de hacer un bien de dimensiones históricas a la humanidad y mi nombre sería mencionado en libros y revistas médicas. Mi esposa y mis hijos estaban felices y orgullosos. Por primera vez comenzábamos a probar las mieles dulces de la estabilidad.
Pero un acontecimiento tan extraordinario no podía pasar inadvertido por mucho tiempo. Poco después fue a visitarme a la casa un médico rubio de piel blanquísima y nariz roja, venía flanqueado por un par de robustos guardaespaldas que al parecer no sabían sonreír. Se presentó como el doctor McRyan y fue directo al grano hablando con un notorio acento inglés.
—Señor Gómez, me da gusto conocer por fin al prodigio más grande de la medicina. Vengo a proponerle un negocio que cambiará para bien su vida y la de su familia por siempre. ¡De verdad no entiendo qué hace usted asociado con una institución pública para el aprovechamiento de tan especial don que la naturaleza le dio! ¡Nooo señor Gómez, usted debe tener visión empresarial! El laboratorio Beffer, al que represento, le ofrece pagarle una renta de por vida de 20 millones de dólares anuales y por colaborar de la misma manera en que lo está haciendo con el Seguro Social.
—No comprendo doctor “MacRayan”, lo que me ofrece suena fabuloso ¿Cuál sería la  diferencia con respecto a mi colaboración con el Seguro.
—¡Mi querido señor Gómez, con nosotros usted tendría todos los beneficios de la EXCLUSIVIDAD! ¡Piense como prioridad en el bienestar de su familia! ¿Qué es eso de estar jugando al buen samaritano ayudando a toda la humanidad a cambio de unos cuantos centavos. Nosotros le ofrecemos una cantidad anual tan grande, que podría vivir con lujos y derroches por el resto de su vida y sólo pedimos a cambio un poco de la molécula que sólo usted sabe producir. Es importante aclararle que al firmar el contrato sólo podría trabajar para nosotros, y se olvida del Seguro Social y de esas ideas altruistas que no lo van a llevar a ningún lado.
—Me doy cuenta doctor “MacRayan” (o como se llame) que no pensamos de la misma manera. Para mí es muy importante saber que estoy colaborando con la salud de muchas personas, sin importar su poder adquisitivo. Si Dios o la naturaleza, como le dice usted, me dio este don, debe ser para eso, para ayudar al mayor número posible de gente. No soy un hombre ambicioso. Desde luego que NO acepto su “generoso” ofrecimiento.
—No sabe lo que dice mi querido e ingenuo señor Gómez. La gente es ingrata por naturaleza, nadie se lo va a agradecer. ¡Libérese de esas ideas extrañas e improductivas! ¡La salud no es beneficio para las masas, muchos mueren todos los días y nadie los echa de menos! Los que de verdad importan son los que pueden pagar por el beneficio de la salud. Eso lo podrá convertir a usted en un hombre millonario. Ya no tanto por usted, piense por un momento en su familia.
—¡He dicho que no, doctor “MacRayan”!
—Vine en actitud amable y conciliadora señor Gómez, pero usted sabe que los de mi pueblo no nos sabemos rendir y no perdemos nunca. No me deja otro remedio que sacar el as bajo la manga. Los laboratorios Beffer tenemos prácticamente patentada la molécula que usted produce, hasta podríamos darnos el lujo de “demandarlo “sólo por el simple hecho de producirla involuntariamente”. Pero somos personas razonables, preferimos negociar. Piénselo un par de días señor Gómez, pero no olvide que con la patente del Vacquinol-1-sc50, usted es casi de nuestra propiedad.
Se fue tan seguro de sí mismo y acompañado de sus enormes guaruras de la misma manera en que llegó, con la certeza de ser un tipo indeseable. En cuanto se perdió de vista mi mujer me acosó a reproches y me arrojó a la cara todo su rencor.
—¡¿Cómo es posible que no pienses en el beneficio de tu familia Emilio?! Nos están ofreciendo la felicidad en bandeja de plata y tú te atreves a rechazarla. ¡Ya estoy harta de miserias! ¡Lo que te dan en el Seguro Social no alcanza para nada! ¡No permitiré que nos prives de esa prosperidad tan maravillosa!
Me quedé paralizado de la sorpresa, parecía no reconocerla como la mujer con la que me casé, hasta su mirada lucía distinta. Traté de hablar con ella pero no entendía razones.
Entonces salí a ver a la única persona que podía ayudarme, el doctor Pardo, que en poco tiempo se había hecho mi gran amigo y una de las personas que más me inspiraban en esta noble causa por la salud de la humanidad. Él estaba muy optimista, me aseguró que no tenía de qué preocuparme.
—Lo felicito señor Gómez, es usted un buen hombre. Estamos salvando muchas vidas con el programa de medicación basado en la molécula milagrosa que su organismo produce con la facilidad que cualquiera fabrica la saliva. He pedido apoyo a la Secretaría de Salud y están muy atentos al caso, nos han ofrecido todo el apoyo del gobierno. Ese laboratorio Beffer está infestado de buitres que se dicen médicos, pero que se han olvidado por completo del juramento hipocrático. Siempre están al acecho de toda fuente con potencial curativo que surge en cualquier parte del mundo para apoderarse de ella y convertirla en privilegio de los pocos que pueden pagar sus carísimos medicamentos. Conozco al doctor McRyan, es un tipo realmente nefasto.
—Gracias por su apoyo doctor Pardo, y por la opinión que tiene de mi. Pero debo aclararle que no soy un hombre bueno, simplemente tengo valores muy firmes y el hecho de haber estado cerca de la muerte y ahora gozar de plena salud me motiva a contribuir para que la mayor cantidad posible de personas tenga la misma oportunidad que yo. Aquí estaré la próxima semana para aportar mi dosis de sangre curativa por mérito exclusivo de Dios.
Nos despedimos con un fuerte abrazo. Fue amargo regresar a casa y encontrar a mi esposa todavía disgustada y en actitud de chantaje, incluso me amenazó con pedirme el divorcio y pelear desde los tribunales para obligarme a aceptar la propuesta del laboratorio Beffer. Ahora hasta mis hijos estaban enojados, la pensión que nos daba el Seguro Social y que nos bastaba para vivir decorosamente les parecía poco. Eso me deprimía, pero tenía confianza en que el tiempo les haría comprender el gran valor de esta causa justa y humanitaria.
Tres días después vino a visitarme nada menos que el Ministro de Salud en persona, venía acompañado de mi amigo el doctor Pardo y traía consigo un documento presidencial. Me sentí realmente importante.
—¡Señor Emilio Gómez, me da mucho gusto conocerlo! Quiero felicitarlo por sus nobles sentimientos en favor de la salud, no sólo de sus compatriotas, sino de toda la humanidad. El Señor Presidente también hace extensivas por medio de mí sus más sinceras felicitaciones y me ha pedido le comunique a usted que tiene la intención de otorgarle un reconocimiento en las próximas semanas. Por el momento y antes de darle a conocer el documento oficial que traigo conmigo, sólo esperamos que venga una persona.
En ese momento tocaron a la puerta, mi esposa abrió y era nada menos que el doctor McRyan con su nariz roja y sus inseparables guardaespaldas. Completamente intrigado, lo contemplé entrando a mi casa.
—¡Ahora si, ya estamos todos y podemos comenzar! –Dijo el Doctor Garro, Ministro de Salud de mi país! Y añadió:
—Iré directo al grano señor Gómez, nuestra patria en este momento coyuntural, necesita con urgencia más divisas que personas sanas. El Señor Presidente, con la enorme sabiduría que lo caracteriza y preocupado por las verdaderas prioridades de los mexicanos, ha decidido realizar un convenio con los excelentísimos laboratorios Beffer para que sean ellos los que administren, como mejor convenga a sus intereses, la molécula Vacquinol-1-sc50 que su organismo produce. Usted como mexicano leal y patriota, tiene el deber de prestar sus servicios y su sangre al servicio exclusivo de los mencionados laboratorios. Desde luego, usted y su familia gozarán de la pensión prometida por el doctor McRyan aquí presente, que consiste, como ya saben en 20 millones de dólares anuales por el resto de su vida, (menos impuestos, obviamente). El doctor Pardo queda fuera de este proyecto, lo mismo que el Seguro Social. Se cancelan los tratamientos de las personas que estaban a la espera en dicha institución. Esa es la decisión de nuestro Presidente. ¡Procédase de inmediato como está mandatado!
Al momento de decir esto, entraron a mi casa varios soldados me invitaron de manera fría a acompañarlos, fue inútil toda resistencia de mi parte. Impidieron que el doctor Pardo se me acercara y me llevaron a una camioneta blindada donde me acompañaron mi familia y el sonriente doctor McRyan.
—Ahora sabe, señor Gómez, que en mi país y en laboratorios Beffer nunca perdemos una batalla, porque tenemos tradición de ganadores. ¡Anímese, no sea niño! ¡Bienvenido al mundo de los millonarios! ¿No quiere un trago? – Dijo esto con aires de triunfo mientras sacaba una elegante licorera metálica. Desde luego rechacé el trago, pero mi esposa e hijo mayor brindaron gustosos con él.
Me llevaron a las instalaciones de un hospital privado y ahí me mantuvieron cautivo en una lujosa habitación con todas las comodidades posibles, Tal parecía que quisieran obligarme a ser feliz. Cuidaban mucho de mi salud y recibía una magnífica alimentación. De vez en cuando llegaban a visitarme muchas personas, pero el doctor Pardo tenía totalmente prohibido el acceso a mi “jaula de oro”.
No podía sacar de mi mente a todas las personas de escasos recursos que se quedaron sin el tratamiento de la famosa molécula. En un vano intento de encontrar consuelo, pedí que me visitara mi consejero espiritual. Grande fue mi espanto al constatar que él también estaba de acuerdo con mi familia y el doctor McRyan.
Mis hijos venían a visitarme cada vez con menos frecuencia, Enajenados en su nuevo mundo de lujos y privilegios, desde mi ostentosa prisión me daba cuenta de su proceso de degradación, se habían vuelto frívolos y groseros. No paraban de reprocharme mis escrúpulos y mi tristeza en medio de tanta abundancia.
—¡Mira hasta dónde tuvimos que llegar por tu necia actitud papá! ¡Tenerte aquí encerrado porque simplemente te niegas a ser feliz! Parece que tú no eres de este mundo.
La vida había dejado de tener sentido para mí, me sentía como la gallina de los huevos de oro, una gallina presa y obligada a alimentarse. Al parecer la depresión no interfería con mi producción de Vacquinol-1-sc50, de lo que se cuidaban mucho era en mantener estable mi peso y mi salud.
Me di cuenta que no tenía más remedio que partir de este mundo, a fin de cuentas la noble misión para la que creí alguna vez estar destinado había sido bloqueada por todos los medios posibles. No quería ser una vaca de leche singular que sólo fuera privilegio para los ricos. La alternativa para alcanzar mi tranquilidad estaba en la ventana; en medio del impresionante dispositivo de seguridad que me resguardaba, no tuvieron el cuidado de mantenerla cerrada. Esta mañana ya no pude más y salí por ella al exterior, a la cornisa del doceavo piso del lujoso hospital.
Entre pensarlo y consumarlo hay una enorme distancia, la altura es imponente y jamás me distinguí por ser un tipo intrépido; mientras me tomé un tiempo para decidirme y saltar algunas personas me vieron y en pocos minutos todo el estacionamiento se llenó de gente. Creo que ha llegado hasta aquí todo el cuerpo de bomberos de la ciudad y no falta ninguna variedad de rescatistas, psicólogos y demás expertos en disuadir  al más obstinado suicida. Ahora es muy complicado saltar porque no veo ni siquiera un hueco vacío donde hacerme el propósito de estrellarme. Me trajeron un teléfono y por medio de él he hablado con mi esposa y mis hijos, que al parecer de pronto se han dado cuenta de lo mucho que me aman. Mi consejero espiritual también intentó hablar conmigo pero lo he rechazado por completo. En cambio he exigido que venga el doctor Pardo, el Ministro de Salud o hasta el Presidente si es preciso. Me encuentro ahora en esa tensa espera de los condenados a muerte; aunque en este caso el poder de decisión lo tengo yo.
Por fin ha llegado el ministro de salud, se le ve muy agitado; se demoró porque estuvo buscando con urgencia al doctor Pardo y viene con él. Ha sido muy grato volver a ver a mi amigo después de tantos meses; podemos conversar a unos metros de distancia porque me he alejado de la ventana a través de la cornisa para evitar que en un descuido me pesquen.
—¡Amigo Emilio, por favor no vaya a saltar! –Dijo el doctor Pardo preocupado pero con la sonrisa sincera que ya le conocía, aquella de las buenas noticias.- Ante las circunstancias el Señor Presidente ha decidido imponer una negociación con los laboratorios Beffer, ahora estarán obligados a ceder una buena parte de los derechos sobre la molécula para iniciar un programa de salud pública gratuita con un medicamento equivalente y genérico. Su familia podrá seguir gozando de los jugosos beneficios de la cuantiosa pensión y usted volverá a disfrutar de la satisfacción de salvar vidas de miles de personas en su propio país. Le suplico que venga, tome mi mano. Sabe que puede confiar en mí.
A veces un pequeño arranque de audacia puede provocar cosas muy buenas. Con gusto me aproximé hasta la ventana para poder tomar la mano de mi querido amigo. Nunca pensé que la suciedad de las palomas fuera tan resbaladiza, de pronto di un traspiés en la cornisa y me precipité al vacío. Me sentí capaz de distinguir entre el grito generalizado de “¡¡¡NOOOOOO..!!! aquellos que lo pronunciaban con sincero dolor por mi persona y los que lo emitían por otras razones. Pude comprobar que es verdad, uno mira su vida como una película en los instantes previos a la muerte. La caída duró más tiempo del que cualquiera pudiera llegar a intuir... Se siente un dulce placer jamás experimentado en el momento que se va apagando la conciencia.

2017.
Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

#Avaricia #Humanidad #Salud

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