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TITIRITERO

La habitación, que también es taller, se halla en penumbras. La única luz está concentrada en el lugar donde el hombre le forma carácter a una cara de yeso que ahora brillará por el esmalte vidriado color piel. Traza unos ojos sabios y cansados, en este momento elabora la cabeza de un anciano bondadoso; lo necesita para su nueva pieza de teatro ambulante.

El hábil maestro no se encuentra sólo, por todas partes, principalmente en las paredes, están los personajes salidos de sus manos y su imaginación. Hay payasos, piratas, princesas, reyes, mancebos, aldeanas y soldados; todos con perturbadora vida en los ojos y minuciosamente ataviados a su perfecta escala de cuarenta centímetros. La tendencia de la gente a infundir vida a cuanto se asemeje a un ser humano, torna tétrico el lugar, que en la semioscuridad aparenta ser un mágico territorio de apariciones. Esa fantástica ilusión colectiva, le da sentido al trabajo que tanto ama.

Imperturbable entre las miradas casi vivas de sus criaturas, comienza la maraña de hilos que sólo él es capaz de descifrar, los mecanismos que ha inventado, no sólo para que mueva manos y piernas, también la boca y párpados; todo el mando desde su cabestrillo de madera. Antes de que se vaya a dormir, el noble anciano será capaz de cobrar vida a través de las cuerdas que son casi invisibles.

“Serás un noble abuelo, tus nietos te admirarán y te recordarán siempre. Con el tiempo serás el padre de una nación entera”. Le dice al títere con ternura mientras lo elabora, tal ves ha leído eso en alguna parte, pero no lo recuerda. Le gusta charlar con sus polichinelas; en su lugar y en los pueblos circundantes lo miran como un loco, pero es un loco amado, lo persiguen los niños, los adultos lo admiran en secreto y no se pierden los estrenos de sus montajes, sus dramas y comedias tan variados, didácticos y aleccionadores salidos de la burda pluma silvestre de un hombre sabio sin título.

Una vez terminado el anciano de yeso, telas, alambres y vida propia a través de los hilos, lo cuelga en el lugar que ya le tiene destinado, se prepara un café para beberlo lentamente antes de dormir. Mientras degusta el amargo y oscuro néctar de los insomnios, fuma un cigarrillo contemplando sus figuras; es la hora en que surgen sus historias, que luego contará a quien quiera presenciarlas. Es un hombre práctico, no cree realmente en la historia de Pigmalión o en esa variante que escribió Carlo Collodi; sus muñecos, son el medio de subsistencia material y espiritual, son su razón de ser y por eso los ama. No piensa que se levantarán por sí mismos a decirle algo que él no dicte con sus dotes de ventrílocuo, aunque a veces le parece que parpadean cuando no los mira bien.

Después se queda profundamente dormido, soñando los sueños que mañana presenciará su azorado e improvisado auditorio de las calles.

Todos tenemos nuestra propia historia, amores y desamores, triunfos y fracasos; ilusiones que se nos han hecho añicos en las manos. El titiritero sale todas las mañanas en el pequeño y destartalado carromato con todas sus escenografías y marionetas que cobrarán vida; los espectadores, chicos o adultos, se mirarán a sí mismos en esas figuras hábilmente manejadas por el artista. Reirán y llorarán sus propios dramas. Sin saberlo, serán testigos de las tragedias de ese hombre que habla poco con sus semejantes. Es un extraño querido por todos. Ignoran que a través de esos humanos fabricados que remedan muy bien las emociones, ya saben todo, absolutamente todo de él.

(2013)

Este hombre es un misterio para sus semejantes, aunque todos lo quieren, creen que no saben nada de él y sin embargo, les ha contado todo a través de sus personajes y sus historias. No creo que sea necesario contar detalles de lo que ha vivido, pues ya se entreve.

#Ambulante #Marionetas #PigmaliónTíteres #Soledad #Teatro

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