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EL MANZANO DE LA ORUGA

 
 
En el árbol del manzano
vivía una oruga vieja.
 
Se comía las manzanas,
los tomates y la acelga.
 
Andaba por todos lados
esta oruga comilona;
la sandía y los pelones
también probaba la glotona.
 
Trepó un día una niña,
al árbol de los manzanos,
queriendo recoger la fruta
de donde vivía el gusano.
 
¡Intrusa!— gritaba aquél,
a la niña entrometida.
 
—¡Jamás yo te dejaré
que te comas mi comida!
 
Del susto que ella se dio
del árbol cayó enseguida.
 
La oruga mal se sintió
al ver a la niña herida.
 
—Dígame señora oruga
¿usted fue quien me asustó?
Porque  estos son mis manzanos,
mi padre los plantó.
 
Veo con mucha tristeza
que mi quinta ha destruido,
comiéndose los tomates
y la acelga que había nacido.
 
¿Qué comeremos ahora,
cuando llegue el frío?—
 
Le preguntaba la niña
al gusano atrevido.
 
La oruga se avergonzó
por su destrucción avara,
y con vergüenza explicó
lo que la niña preguntaba.
 
—Yo sé que soy muy viejita
y pronto me marcharé.
 
También sé que a fumigarme
puede mandar usted.
 
Si me deja, amiguita,
el daño repararé,
no probando bocado
para que puedan crecer.
 
La niña se conmovió
por la oruga comilona,
y le dio unos días
para que partiera de la zona.
 
Eran tantos años
viviendo en aquel manzano,
que la oruga se puso triste
al despedirse de su árbol.
 
 
Con tal de no partir
se escondió en una manzana
hasta quedarse dormida
pactando lo que juraba.
 
Pasaron algunos meses,
verduras y frutos crecieron.
Pero en un rincón del árbol
la oruga continuaba durmiendo.
 
Llegó la niña un día
a controlar sus manzanos
cuando el árbol le preguntó:
 
—¿Tú no has visto a mi viejo hermano?
 
La niña se avergonzó
cuando el árbol la indagó,
y partiendo una manzana
a la oruga encontró

1972

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