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Itinerante

Itinerante,
sin rumbo fijo,
deambula por los extrarradios de Madrid.
Le recuerda a la vida de los feriantes,
que no estará tan mal seguramente,
pero no es lo que quiere ella.
Lo bueno es que debe vivir el presente,
de eso que siempre se habla,
por lo que tiene que ser realmente importante.
Eso es lo que se dice salir de su zona de confort a cada minuto.
Por el camino aprende a no aferrarse a nada ni a nadie.
Le llaman desapego.
En el camino también encuentra una idea de amor,
aunque el concepto del desapego se torna mucho más difícil en este punto.
Aprender a convivir y a lidiar con el ser humano,
que a diversos no nos gana nadie,
no es tarea fácil.
En momentos así sabe con quién puede contar realmente y con quién no.
Es una criba natural.
Y en momentos así,
se reinventa tanto,
que aprende por fuerza, a sintetizarse y a fortalecerse. Experiencias sin dudas que tienen un fin superior
y esto sólo es parte del proceso de aprendizaje y crecimiento.
Por otro lado, Anhela echar raíces y dejar huella.
Atender el jardín y regarlo cada día.
Ver crecer a su retoño, y con él, todo lo que está a su alrededor que merezca la pena.
Ansía el equilibrio para poder seguir con su Dharma,
ese que le contaron los Akáshicos un día,
y que ya sabía en su fuero interno de su existencia.
En su viaje, intenta mantenerse de una pieza,
íntegra.
Intenta sonreír,
y cuando no quiere sonreír, a veces la dibuja,
y cuando no puede dibujarla,
se encierra y llora,
que tampoco está mal.
Siempre se ha dicho que las lágrimas limpian el alma.
Luego sale recompuesta, esbozando una nueva sonrisa color esperanza.
Y sigue caminando,
sin rumbo definido,
pero hacia adelante siempre,
en busca de su eje.

9-9-2018

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