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Meñique fue de paseo

Te vi de lejos y ya comencé a temblar como una hoja.
Me fui acercando tan despacio como pude,
de escudo la avanzadilla para entibiar el encuentro
y disimular,
una vez más,
todo el torbellino de emociones que me envuelve
y que con tu presencia
se multiplica por el ardor del momento.
Encima, sin gafas de sol como aliadas para esconder lo que los ojos son incapaces de callar.
Te quitaste las tuyas para que te mirara y para que supiera que me mirabas.
Sí, me di cuenta.
Gracias.

No sé si había calor o era yo la acalorada.

Un beso en la mejilla.
¿Notaste mis labios queriendo más... Pidiendo más?
Un roce casual, sólo con los vellos de tu brazo izquierdo,
ni siquiera con tu piel,
suficiente para erizarme entera y sentir ese escalofrío de arriba abajo.
El rubor seguro me delataba. (Tampoco sé si te percataste.) Allí me quedé,
inmóvil,
atrapada en el momento para saborearlo luego,
en soledad.
Tres horas de charla insustancial, con el único objetivo de dilatar tu mirada y entonces dos meñiques traviesos se encontraron en ese banco cómplice ya muy usado. Se acariciaron tímidamente, temerosos de ser descubiertos, pero seguros de no querer desperdiciar la oportunidad.
Me vino esta vieja canción infantil a la mente:

“Meñique fue de paseo
Sin permiso de anular
Cuando el del medio lo sepa
Un regaño le va a dar.
Índice lo está buscando,
Lo está buscando pulgar.
Hoy regañan a Meñique
Hoy lo van a regañar.”

(Y qué más da, si tal vez nunca más vuelva a pasar.)

Se agotó el tiempo y llegó la hora de la despedida.
Un beso tuyo apretado otra vez en la mejilla,
que decía más de lo que se veía. Mis uñas clavadas por un instante en tu espalda, queriendo sujetarte y no dejarte escapar.
Un hasta pronto tuyo y un nudo en la boca del estómago mío que todavía me dura,
y aquí estoy,
contándotelo.

31-08-2018

#Prosa

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