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Jonathan Edwards

(1703-1758)

Lejos de la ciudad, lejos del foro
clamoroso y del tiempo, que es mudanza,
Edwards, eterno ya, sueña y avanza
a la sombra de árboles de oro.
 
Hoy es mañana y es ayer. No hay una
cosa de Dios en el sereno ambiente
que no le exalte misteriosamente,
el oro de la tarde o de la luna.
 
Piensa feliz que el mundo es un eterno
instrumento de ira y que el ansiado
cielo para unos pocos fue creado
 
y casi para todos el infierno.
En el centro puntual de la maraña
hay otro prisionero, Dios, la Araña.
Preferido o celebrado por...
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