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POEMA IMPÚDICO

POEMA IMPÚDICO
 
Soy feliz de estar, por siempre, inmerso
en esta podredumbre de la carne,
donde puedo gozar de mi extravío
y de las delicias de tus liviandades;
del olor de tu cuerpo en primavera,
de tu risa estrepitosa y loca,
de los incontrolables gritos de tu éxtasis;
y  de hembra insaciable, tus reclamos.
Soy feliz en tus cobijas y en el piso,
en el patio, en la alcoba en el jardín.
Tus besos, tus caricias, tu exigencia
me hace sentir el hombre primitivo
que duerme amodorrado en mis instintos
y se despierta con ímpetu de fiera,
para darle respuesta a tu exigencia;
y te beso de los pies hasta el cogote
deteniéndome en todos tus paisajes,
para beber del agua de tu encanto
y ascender como experto  montañista
paso a paso, con ayuda del cayado,
a las inmensas alturas de la dicha,
y culminada la ascensión del monte
miro tus ojos insondables que me invitan
a descender por el cerro como niño loco
para comenzar de nuevo la feliz jornada.
Como Sísifo que gozó de su tormento
subiendo la montaña y descendiendo luego
sin protestar por su castigo eterno.
Tus  níveos triángulos erectos
como las pirámides de Egipto clásico
me entregan complacidos sus misterios
y yo los leo papiro tras papiro, lentamente,
enterándome de todos sus secretos
y descubriendo como Champollión
los enigmas guardados en sus piedras.
El nido de tus rojos besos se me entrega
con la placidez de meretrices orientales
que se brindan en los templos, complacidas
de cumplir el rito sagrado del amor.
Sin pedir estipendio por su entrega
y agrandando un poco su éxtasis final
no para engañar, sino por hacernos felices,
de creernos capaces de agradarla.
Te contemplo en toda tu extensión desnuda
como miramos el paisaje que se brinda
al escrutinio audaz de las miradas,
y entre tus muslos descubrimos sorprendidos
el Edén donde nació la vida, con  montañas
de inmensos cedros olorosos
que prestan  sus maderos para el Templo.
Y cuando fluye el manantial de tus entrañas
como nuevo Moisés  destruimos  gozosos
la aridez de roquedales.

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