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POEMA No DOS

Adorable avecilla de mi amada,
que alegre se divierte en su regazo,
saltando de su pecho hasta su brazo
y a las manos volviendo a su llamada.
 
Mordisqueando  sus dedos enfadada,
si sabe que de amor le tiende  lazo
al mancebo que llora su fracaso,
cuando mira su suerte infortunada.
 
¡Quién como tú, pudiera, ave del campo,
descubrirle el secreto a su hermosura!
¡Quién, transitar, pudiera por el lampo
 
que de sus ojos viaja a la dulzura!.
¡Quién a  la exquisitez de su ternura,
que erradique las zarzas del  acampo ¡.

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