Se miraron, ella vio sus ojos como nunca había visto otros…. Sintió nostalgia, habían pasado trece años sin verse, a ella le temblaba el cuerpo, tenía la boca seca, las manos calientes de nervios, no sabía si abrazarlo o saludarlo tibiamente…
Él, en cambio, un señor, duro, formal, serio, la parte antagónica de ella. Sin embargo, sus ojos seguían demostrando la misma calidez con la que la miro esa primera vez…
Y fue ahí, en ese momento, que ambos se dieron cuenta que los sentimientos no se entierran, que cuando parecen olvidados, una sonrisa, una mirada, un gesto, los despiertan, y vuelven a sentir con la misma fuerza. Esa la que nace de las entrañas, la que no podes evitar, la que si no escuchas te corroe el cuerpo hasta que te despierta y te choca de frente con lo que querías negar.
Lamentablemente, ellos ya no eran adolescentes que podían cambiar el rumbo de sus vidas, no se supieron esperar, y cuando se encontraron, el destino ya había hecho justicia y los había separado para siempre. Maldito destino que se burla de la gente; que no soporta que dos personas encuentren el tiempo justo para amarse. Arrogante, soberbio, siempre quiere ganar, siempre pretende que las miradas no se crucen.
Pero lo que no sabía el destino es que ahora ellos se pueden amar de otra manera, desde la pureza del alma, con miradas que son más fuertes que los besos de dos jóvenes apasionados. Abrazos que pueden reemplazar la piel, pero que llegan a lugares inimaginados, que estremecen hasta las lágrimas, que purifican lo que alguna vez estuvo oscuro.
Y ella nunca más lo odió…
Y él la amó…
El destino no logrará amedrentarlos, ellos lo vencerán y cada vez que él busque vengarse de estos enamorados, nada podrá hacer. Porque cuando hay amor el tiempo se detiene, y las agujas del reloj sólo comenzarán a caminar nuevamente cuando ellos se despidan, siempre esperando volver a verse pronto, para bufarse del destino y detener el tiempo con sólo una mirada.

Ce…