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Que me perdone la ciencia

Estoy solito en mi rancho,
me he quedado solo en casa.
Ladran los perros afuera
como si vieran fantasmas,
y alumbran mis pensamientos
candiles de luces malas.
 
Alones de pájaros negros
me ponen luto en las mangas,
y es tan grande el sufrimiento
que voy llevando en el alma
que no lo explican las cosas,
ni lo dicen las palabras.
 
Ocho años tenía apenas
el gurisito de mi alma
y despertó una mañana
con los ojos encendidos
y el cuerpito echando llamas.
–Me muero mama– decía...
–Me muero tata– gritaba.
–Siento una sed de martirio,
tengo un fuego que me abraza.–
 
Besé al cachorro en la frente
y a la madre en la mirada,
y volé en mi caballo al pueblo
siete leguas de distancia,
siete puñales de punta
clavados en mi garganta,
y el grito de mi hijo adentro...
“Agua mama, agua tata”.
 
Le expliqué al doctor el caso.
Se acomodó en su butaca.
Me miró de arriba abajo
y me dijo: –Leoncio, ¡lo siento mucho!
Pero el camino que va a tu rancho es malo
y me va a estropear el auto.
 
Ahí comprendí yo, entonces
que la ciencia, no es tan ciencia
cuando no tiene conciencia.
¡Porque en esos mismos caminos
donde muchos médicos no andan,
cruza a galopes la muerte
y va y viene la desgracia!
 
Me ordenó que le comprara
al pasar por la botica
un frasco de limonada
y que trajese al enfermo
cuando la fiebre pasara.
Yo regresé a mi rancho
como regresaría todo padre
en iguales circunstancias:
El corazón en los labios
y la tristeza en el alma.
El médico no venía... el médico no venía
no porque fuera mala la senda que va a mi rancho
sino porque no tenía con qué pagarle a la ciencia
siete leguas, ¡siete leguas de distancia!
 
La fiebre, duró poquito,
se le cortó una mañana
entre un canto de zorzales
y el suave clarear del alba.
La madre abrazada al hijo,
mi hijo, la frente helada.
Y yo sin voz ni presencia
parado junto a la cama.
 
Poco después de enterrarlo
se empezó a turbar mi Juana,
Se la pasaba llorando
con las manos sobre el pecho
lo mismo que si acunara
a un niño recién dormido.
Y así se me fue la pobre,
así la tierra la guarda,
con los brazos sobre el pecho
acunando mi desgracia.
 
Estoy solito en mi rancho,
me he quedado solo en casa.
Ladran los perros afuera
como si vieran fantasmas.
Y alumbran mis pensamientos
candiles de luces malas.
Y afilo a la media noche
mi cuchillo, cabo de plata
la única plata del pobre
que no le sirve pa nada.
 
Y medito mi venganza.
Por eso le grito al mundo:
Que me perdone la ciencia,
no me culpen si mañana,
me dicen que soy bandido.
o un mal hombre sin entrañas.
Nací can y me hacen puma.
fui cordero y me ponen garras.
¡Dios! ¡Dios Todopoderoso!
Haz que despunte el alba
y arráncame de mi pecho
este grito, este grito que me mata:
—“Agua mama, agua... agua tata.”
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