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Jinetes

Lo único que recuerdo, aparte de un súbito golpe, es a aquella mujer que me distrajo, ella que jalo mi mente por completo; después de eso sólo luces y blancos con brotes carmín, gritos metálicos y filos perforando, pero, de todo eso, sólo una mujer en mi memoria. Una mujer que vestía el negro en su ropaje, en su cabello y que juro pude verlo incluso en su mirada, su manera fija de observar con la poca luz que asoma y que parecía reflejarse directamente hacia mí para arrastrarme. Así eran sus ojos que me mantenían indefenso, como manso animal que desconoce fieras. Muerte... Mi primer jinete del apocalipsis.

Después de tanta inquietud y pequeñas tormentas por mis adormilados ojos, logre mantenerme consciente por más de 2 minutos, el sonido recurrente y monótono de los aparatos que me rodean generan una música disonante que podría ser confundida con un simple ruido mantenido; entro la enfermera a una revisión rutinaria y me sonrió dándome los buenos días, me pidió que la esperara un momento en lo que traía al doctor para explicarme lo sucedido, bien sabía yo, por el dolor que se mantenía en mi costado y mi incapacidad de recordar no más que luz y sombra, semejando danzantes paganos en su hoguera, perdido yo en ese aquelarre que se anclaba como único en la memoria y en los ojos mismos del abismo, fija mirada de aquella mujer, que bien hizo Nietzsche al ver el razonamiento de la penumbra y darle motor en el corazón del hombre a un ente sin forma y un terror infantil, pues mirando el abismo que creo un momento de muerte, lo único que puedo recordar es como este mismo me miraba fija y desgarradoramente, en fin, llego el doctor con la enfermera para explicarme lo obvio –usted pudo haber muerto –dijo casualmente para luego explicar cómo en un momento de estupidez, en parte mía y en parte del conductor, fui atropellado mientras cruzaba  una solitaria calle, obviamente culpo a esa idea tan imbécil que tienen los individuos selectos de ver cualquier desolada calle como un circuito nascar, por eso, supongo, también existe una jerarquía del volante, empezando con las hermosas ruedas de entrenamiento que pueden causar un pequeño ataque cardíaco, cuando, una persona acostumbrada a ellas, se ve forzada, por presión grupal, permitirle al paso del tiempo querer conquistar el brioso mundo de las bicicletas convencionales. Total, cuando el doctor dejo de explicar sobre el choque y yo deje de divagar las tonterías que normalmente pienso,  me pidió que respirara profundo mientras colocaba el siempre helado estetoscopio, alejo su artilugio después de unos cuantos respiros y animosamente me dijo que todo parecía estar bien, comenzó a hablarme de los extensos procedimientos que hicieron para mantenerme estable, a lo cual no le tome importancia, y termino hablándome de los problemas que podría presentar por el accidente...

Luces y sombras...

Eso es lo que queda...

No había manera de explicarlo, poco a poco fui perdiendo mi interés por las cosas y a su vez,  las cosas se desinteresaban de darse forma conmigo, con el tiempo todo se volvió un verdadero aquelarre, no quedaba más que sombras que no daban forma fija y destellos simples, esto fue meses después del accidente, el doctor se había cambiado de hospital y de ciudad así que me atendía un reemplazo, a mi parecer, inadecuado, valiéndose de no más que la historia médica, los apuntes inteligibles del otro doctor y la narración poco animosa y abstracta de mi yo impaciente.

Este doctor sonreía demasiado y no mostraba atención, él pensaba fervientemente que no podía verlo pero es distintivo el movimiento que le alcanzaba a notar o quizás era mi sombra paranoica que marcaba una forma natural burlona y esa danza pagana dentro del consultorio, donde nada daba mayor importancia que la risa arlequinesca del doctor el cual se transformaba cada vez más en un festival equiparable a aquel vivido como el sueño de libertad de Quasimodo, donde, desfigurada la realidad y no tanto el personaje, yo recalcaba la peste que embarnecía el desinfectante dentro del consultorio sabiendo así del segundo jinete que llego a visitarme en un cuarto de hospital...

Sentí miedo...

Regrese a casa donde me esperaba no más que el cansancio, el terror que llego a mí no podía salvarme de lo pesado del día y sus acumulativas horas, me senté en la sala pensando en prender la televisión pero deteniéndome antes de hacerlo, no tiene caso si no distingo bien que es lo que pasa, el único momento en que puedo estar seguro que estoy viendo correctamente es cuando cierro mis ojos, ahí, la obscuridad manda sin luces, eso fue lo que hice, cerrar los ojos para dejar que el cansancio de mi cuerpo dictamine si duermo o me mantengo lleno de insomnio, como otras veces me ha pasado, así estuve por unos cuantos minutos, cuando pensé el cansancio ganaba y por fin descansaría un poco, sin embargo el tiempo es cruel, una llamada telefónica me saco de mi querido trance y me invoco de nuevo a este mundo sin forma. Tome ese infernal aparato y en ese mismo instante dejo de sonar, una pequeña rabia se apodero de mi mientras balbuceaba unas cuantas maldiciones para no caer en el enojo, no pasaron dos pasos que me aleje del teléfono cuando volvió a timbrar, me apresure a contestar, esta vez no pude evitar el coraje, ya que la llamada, no era ni más ni menos que una maquina recordándome pagar mi servicio telefónico, no cabe duda alguna, son las pequeñas cosas las que importan en esta vida, uno bien se enamora de un gesto o le entra una ilusión psicópata por el asedio corporativo de esos malditos gigantes capitalistas que ni la más justa lanza de libertad puede tumbar. Ah, que cansado debe estar el quijote recordándonos lo hermoso de los sueños y su manera sarcástica de combatir la industrialización del aire, así se dio forma ante mí, con el abanico colgado en medio de la sala, ese movimiento titánico que asimilan los molinos, se acercaba en sombra y llamas negras, para someter mi mente a recuerdos tan vendidos a las masas en las guerras de antaño, aquellas que quemaron vidas pasando el océano y que retuercen la consciencia de las grandes mentes muertas, pero que bello movimiento maneja el ciclo de la rueda en este mi nuevo y tercer jinete conflictivo que se apodera hipnóticamente de los sentidos patrióticos y la carencia de libertad en las fronteras, la guerra ha llegado y nada corta la realidad tan bien, como la idea de justicia sembrada en aquellos negros ojos que casi me vieron morir.

Seguí un camino rutinario por varias semanas, soportar al nuevo doctor dejo de ser un problema, me he acostumbrado a él y siento que esto podría ser parecido al síndrome de Estocolmo, el día de hoy incluso le extendí la mano y le agradecí por su trabajo, esto me impresiono tanto que pude ver a través de las sombras y al salir del consultorio, las formas se estaban amasando nuevamente en lo que debían ser. Pude haber regresado para decirle al doctor la noticia pero ya estaba puesto y siguiendo las vías de mi rutina, contando cada paso hacia la puerta para saber exactamente cuándo estirar la mano, aunque ya no era del todo necesario, la puerta estaba ahí, ahí donde siempre ha estado, pero ahora la veo transparente, con un puñado de luz atravesando lo que ahora distingo como vidrio y antes solo era una superficie lisa y fría, empuje la puerta para encontrarme con todo lo que recuerdo antes del accidente y ahí estaba ella, esperando al cruzar la calle y yo con el pecho lleno de orgullo, habiendo derrotado las sombras, me asomo a la noche en sus ojos, buscándola, dando un primer paso al principio de la historia.

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