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A divinis

A divinis
Cuando le llenaron el cuerpo de balas
fue por venir de otro mundo.
Las tenía en la puerta de la boca y en la piel de salida.
¿Se podrá a punta de balazos impresionar al alma?
¿Habrá manera alguna de contar novelas de terror al ser mismo?
Si todos tenemos la misma alma ¿de qué nos extrañamos?
Si el mar no solloza ni se deleita si remojo mis manos entre sus olas.
Tampoco los árboles sienten pena ni gloria si río o lloro bajo sus ramas.
Ahora que recuerdo,
hubo día,
vi al tiempo que pasó por encima de un reloj suizo incrustado en un campanario,
con sus manos de acero le retorció las manecillas.
De una bofetada en ruedas y piñones
le hizo perder algunos de sus dientes y lo condenó al oxido eterno.
Los que veíamos desde la acera
corrimos a presenciar la amnesia que manifestaban la horaria, el minutero, el segundero.
Había fiesta en la calle,
había pleito,
había festejo en la atalaya.
Las campanas crujían,
las monjas, las futuras sacerdotisas, también luchaban,
luchaban contra las sombras,
inhóspitas sombras,
se negaban a doblegar las gargantas ante sus garras,
y buscaban la luz para ocultarlas.
Una avecilla intentó tapar la luminaria para hacer que desaparecieran,
pero fue iluminada también y produjo sombra.
Y un coro de mujeres infieles
sentadas en el fondo del campanario, vociferaba:
“¡Las sombra existen por la luz,
son hijas de la luz!
¡de la blanca oscura luz!”
Ahora díganle al poeta que ría
que descubra la risa en las gavetas de su escritorio,
entre las camas,
el poeta no tiene criterio para decir lo que ahora mira, lo que escucha.
Ahora díganle al poeta que acaricie las calles y que bese las faldas de las mujeres que se niegan a fornicar con él,
ayúdenle a establecer dilemas en la cama,
en la cama donde solo hay que enfermar, fornicar y morir,
no sirve para más.
Dígales a las personas que no se aburran de sentir el poema que se asoma,
hablen a la gente y apártense de su camino,
dejen que se golpeen contra las piedras,
que se quemen los pies de tanto andar los mismos errores.
Hablen a la gente y apártense de su camino,
que ya llegó el tiempo que los poetas inventemos la poesía.

De mí libro "En la sencillez de lo eterno

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