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LOS SUICIDIOS DEL TIEMPO

 
 
No, no eras tú,
la certeza me asiste,
era el tiempo que agonizaba.
 
Expiraba tendido,
sobre las riberas de la infamia
después de dar tumbos y tumbos
de luz y granate,
relumbraba al estilo de aquel suculento esbirro en fuga.
¿Recuerdas quién? ¿Lo recuerdas?
Rodaba y rodaba por el ceremonial rostro de la invencible montaña.
 
No, tampoco era yo;
¡te equivocas!
era el tiempo quien sucumbía,
de hinojos ante el sol
con las manos agrietadas y temblorosas,
se desgarraba a tirones el pecho
para arrancar su corazón estrangulado de congoja,
¿te acuerdas cómo enmudecía al verte explayar las alas nuevas
que lograste en España?,
ocurría mientras alzabas el aliento en revoloteo pleno, rumbo al infinito.
 
No,  no eras tú,
¡ni yo!
¡te equivocas!,
era el tiempo que llegaba a su fin.
 
Nos concedía una lágrima y media
al escuchar lo inútil de nuestros gritos lúgubres y tenebrosos,
al despeñarnos por el recóndito abismo de la desventura.
 
De nada le sirvieron tus alas nuevas,
ni rodar como esbirro por el ceremonial rostro de la invencible montaña.
 
No...
no fuimos nosotros,
fue el tiempo que murió.

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