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El amor en los tiempos de prosa

a Gabriel García Márquez

Junto a mi cabecera
una mujer marchita,
celosa de la muerte,
está velando día y noche,
atenta a mis orines y mis heces fecales,
sustituyendo con los ojos suyos
los míos obsoletos,
dándome el alimento como a un niño,
bañándome, vistiéndome, besándome,
acariciándome las manos.
 
En un ambiente así
–no luna, no balcón, no prímola–,
si Romeo y Julieta
no hubieran decidido suicidarse
y hubiesen arribado a la vejez
ella, caído el seno y desdentada,
poniéndole un enema a su galán
montesco;
él, enferma la próstata
y consumido el falo,
¿se mantendría la promesa del amor eterno?
No sé:
pero el amor en las postrimerías
es más prueba de amor que el suicidarse
una joven pareja enamorada,
pues los muertos no ven su pudrición.
Nosotros, sin embargo, pudriéndonos en vida,
palpando nuestras ruinas como los jaramagos,
continuamos amándonos,
cambiamos la pasión por la ternura
y reafirmamos que es posible
la eternidad en el amor.
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