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Relato sobre Chiró, el hechicero que acompañó a Garay a fundar Buenos Aires y regresó volando al Paraguay

Cuentan que Chiró, el hechicero,
El hacedor de cosas mágicas,
Acompañando a los mancebos
De la Tierra, a zonas lejanas
(En donde luego fundarían
Su lar, junto a un río de plata),
Marcó su huella entre las huellas,
Por si algún tiempo regresaba.
 
Allá, ya junto al Lago Grande,
Cercado por la empalizada,
Abrió caminos en la tierra,
Sembró el maíz, tendió su hamaca,
Leyó en las manos el destino,
Midió el alcance de su hazaña,
Vertió el sudor entre los surcos,
Musitó el canto que guardaba.
 
Un día, resonó en su oído
El trueno de una voz nostálgica,
Un soplo de aire estremecido
Que era el eco de una llamada;
Recordó el brillo de su tierra
De colores y marañas,
Sus panales en la arboleda,
El silbo de las cerbatanas.
 
Y entre las sombras de la noche
Buscó su huella en la distancia,
Donde la luna se perdía
En las praderas de esmeralda,
Tendió sus brazos hacia el cielo
Y ascendió hasta una luz extraña,
Cruzando, con vuelo de pájaro,
Por los confines de la pampa.
 
Y volando y volando y volando
Entre subidas y bajadas,
Chiró se aproximó a su reino
De guacamayos y cascadas,
A su reino de hojas radiantes
Que lo indujo a que regresara,
A su reino de miel y montes
De maderas escarlatas.
 
Su país le fijó en la frente
Una antorcha de eterna llama,
Y desde entonces los cetrinos,
Los anhelantes de su raza
Llevan, ardorosos y errantes,
El alma desasosegada,
El recuerdo de su querencia,
La negra cruz de la nostalgia.
 
Cuentan de Chiró, el hechicero,
Del hacedor de cosas mágicas.

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