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A mi hijo menor

Qué angustia siento al advertir que vienes
heridas y sangrando las rodillas
de la desobediencia,
y que sobre la rama tu descuido
maduró hasta volverse una caída.
Pero el regaño queda amordazado,
como el pararse en seco de un arrollo,
al oír que preguntan tus nueve años
por lo que tú podrías ser mañana.
 
¿Que qué podrías ser?
Podrías ser el médico que lleva
dentro del maletín ignoro cuántas
veladas de café y anatomía,
para salirle al paso a la fatiga
de los latidos pálidos, producto
de un corazón que incluye leucocitos
en sus palpitaciones; y podrías
ir sembrando en el vientre o las espaldas
del enfermo preguntas
para diagnosticar
qué sombra está cruzando por su entraña.
 
Aliado de Cranach o de Picasso,
si fueras oculista, devendrías
la enfermedad más grave
que contraer pudieran las tinieblas.
Y la noche, maltrecha,
tendría que esconderse en uno que otro
rincón para lamerse las heridas.
Para segar también los desvaríos
que encarnan surrealismos en la mente,
psiquiatra, enyesarías
las almas fracturadas, las neuronas
que pierden la cabeza.
 
¿Que qué serás de grande?
Podrías ser filósofo y sufrir
jaqueca metafísica.
Buscando luz más luz en Spinoza,
Parménides o Hegel,
podrías encontrar únicamente,
tras de quemarte tanto las pestañas,
los negros kilovatios de la noche.
Pero también podrías descubrir,
con pupilas de aumento, con miradas
de contacto infinitas, los raudales
de luz medicinal, a donde puedes
hacer que se sumerja la miopía.
 
¿Qué desearías tú? ¿Ser el poeta
que tiene la maestría
de hallar una palabra que perfuma
todo un libro? ¿la voz
que coloca en la mano mendicante
de un vocablo la joya de un epíteto?
Tus poemas podrían ser tan altos
que hicieran alpinista la lectura,
y desde ahí, en el pináculo del verso,
brindaran, al que arribe
con su pulmón a cuestas y jadeando
su anhelo de aire puro,
un recital de oxígeno.
 
Poeta, instalarías
trampas para cazar
las mejores metáforas.
Y después dejarías que cayeran
de tu fronda los versos ya maduros
para ser picoteados...
¿Que qué podrías ser?
Quizás el arquitecto que conspira,
desde que la obra cumple
sus primeros adobes, contra el frío
que los cuerpos intentan sacudirse
a fuerza del temblor que los domina.
Al alzar las viviendas dejarías
por fin desmoronada la intemperie
y hablando solo al viento.
¿Qué podrías ser tú? Tal vez un músico
que en toda pieza creara algún concierto
para emoción de público y orquesta.
 
Si, director, sabrías orquestar
el supremo homicidio del silencio
exaltando las notas
a las proximidades en que el grito
vomita por completo sus entrañas
de sonidos o haciendo del conjunto
solamente un pianísimo de cola,
música tan pequeña
que con sólo una astilla de batuta
podría dirigirse.
¿Qué has de ser cuando crezcas?
Biólogo, estudiarías
los gérmenes primarios, las millas de misterio
en un solo milímetro de vida.
Al ver la evolución de las especies
animales, sabrías por qué el hombre
se duerme de un lirón toda la noche.
 
Frente a los rascacielos de la mente,
si eres naturalista, no podrías
dejar en el olvido la química del sótano,
las raíces de cieno
de todo ser fantástico que viva
tomando cucharadas de ambrosía.
¿Qué habrás de ser de grande?
¿Serás quizás pintor?
Tu talento podría
inducir a los ciegos
al suicidio, si tu dibujo fuese
tu huella digital desmadejada
y al color le otorgaras carta abierta.
 
¿Serás acaso geómetra,
poeta que trabaja
con el piso más alto del cerebro?
Mas así aprenderías
la forma en que se debe
desenredar un punto para hacer
toda la geometría.
¿Que cuál será mañana
tu posesión? Es cierto,
si de la astronomía yo te hablara,
que se halla sin cesar echando leña
a nuestra pequeñez.
 
Pero si eres astrónomo podrías
tomar el infinito por los cuernos,
y advertir en seguida bajo el cráneo
cómo el todo se encuentra en una parte.
Puedes ser lo que quieras, inscribirte
en el grado primero de cualquier decisión:
puedes ser un orfebre,
trabajar en las minas, en el campo
o en cualquier dependencia
del sudor de la frente;
pero sé antes que nada
el capitán severo que no deja
que encalle su navío
en cualquiera motín que le desplieguen
sus sentidos a bordo.
 
Puedes ser lo que quieras; mas prométeme
para serlo, una cosa:
nunca, en ningún momento, nunca,
nunca tendrás tu dignidad arrodillada
frente a aquel que alimenta su estatura
con todos los centímetros que pierden
aquellos que se humillan,
ni estarás con tu puesto en el mercado
a la espera de que alguien
te compre la conciencia.

(1990)

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