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El hereje

En un tiempo fui parte
de la fracción erótica
del Partido Comunista.
Era un partido dentro del partido
como un ciego que se esconde en una gruta,
un águila en el águila del viento
o unos labios cerrados en mitad del camposanto.
Todos mis documentos.
clandestinos,
disfrazados de puertas clausuradas,
concluían:
«¡Proletarios y proletarias de todos los países, uníos! »,  
y denunciaban las razones neuróticas
por las que a veces
la hoz no se acostaba con el martillo
o gusanos generados en el lecho
devoraban la manzana
de los puños.
Mis principios:
que las bocas dispersas
(que hacen una antecámara
de besos suspensivos) cierren filas,  
trituren el espacio mojigato.
Que al avanzar la piel, levante vuelo  
la parvada de corpiños temerosos;  
que nadie note, no,
la militancia reservada
de tus malas intenciones;
que sea tu estrategia conquistar,  
en medio de las sábanas,
el frente unido,
tu táctica formar en la epidermis  
una asamblea de poros excitados,  
un mitin en que el sexo se levante  
y tome la palabra. 36
Se reparó en mis actos fraccionales,  
en mi pasarme los días amueblando  
catacumbas.
Se me buscó de arriba
(como si preguntara alguna cúpula  
por uno de sus sótanos)
para contarme cómo Giordano Bruno  
—la verdad convertida en laberinto—
terminó por ser pasto
de un hambriento rebaño luminoso.
Tras una fatigosa discusión,
se insistió en que debía retractarme,  
y que en el árbol de la noche triste
de mi arrepentimiento
se ahorcaran mis palabras.
Sin esperar al Congreso
se decretó la expulsión de la libido...
Y yo,
sin mi carnet,
como si dijera
que se le sale a uno de la bolsa
la identidad, salí a buscar un buitre enamorado  
de mis entrañas.
II
También fui yo colega
de ese tipo de médicos que tienen  
a neuróticos espermatozoides  
por pacientes.
Los ilustres doctores
(barbas, lentes, sentados
en el muelle sillón de la ortodoxia)  
hablaron de espionaje, murmuraron  
que no era mi monóculo otra cosa  
que un ojo en su corsé de cerradura,  
denunciaron mis escritos 37
como, por lo menos,
el relincho del caballo de Troya
o un puñal que flirtea con la espalda.
Yo hablaba
de que el enemigo principal  
era el sexo reprimido,
tapiado en su bragueta moralista;
le hablé directamente a los testículos;  
invité a discutir a los ovarios.
La solución (decía,
sembrando el descontento en mis colegas)  
no se halla en el sofá sino en la cama,
Es una estupidez (grité furioso)
permitir que tu sexo
doblegue la cerviz en la impotencia  
o que haya en este siglo todavía
virginidad de orgasmos.
Algo esencial:
hurtarle los secretos a la cama,
dominar el amor desde el inicio
hasta el final feliz;
no sólo el arma de la crítica debe convertirse  
en la crítica de las armas,
sino el principio del placer
en el placer del principio.
Todo debe empezar con algún beso
que al haber estallado a quemarropa
derrita la camisa y el corpiño
o que deje en los pies que se haga un charco  
de pantalones.
También se decidió pedirme cuentas.  
Se me exigió asimismo desdecirme  
y desandar cada uno de mis libros.  
Con la espada flamígera del dogma,  
desollando la piel de cualquier duda,
se me mostró el camino hacia la puerta.  
Sin perder los ideales, sin perderlos, 38
me sentí como Adán
cuando. expulsado, no pudo retener el paraíso  
sino tan sólo el cuerpo
de su amada.

(2008)

#EscritoresMexicanos El De me pertenece poco un viento

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