Eduardo. Guillermo, Jaime
¿recuerdan cuando fuimos terroristas
y armábamos el delicado mecanismo
de explosivas mentadas de madre
para ponerlas en lugares claves
del sistema?
¿Recuerdan cuando, con Pepe,
con la boca cosida por el mismo propósito,
levantamos una barricada de hambre?
¿Recuerdan nuestra fiebre clandestina,
el salir a una junta
poniéndonos el traje, la bufanda y el seudónimo?
¿Recuerdan nuestros puños
—opuestos siempre al asco—
discutiendo por las noches
hasta el advenimiento del nuevo día,
hasta que los arroces de la penumbra
eran picoteados por los gallos?
¿Han olvidado acaso las reuniones,
las órdenes del día
en que el sueño era el Presidente de debates?
Se dice que tan sólo
la sangre juvenil es subversiva,
o que la adolescencia,
con su chorro de tiempo tan exiguo,
no moja aún la pólvora
del furor; pero dícese que ello es transitorio,
que ha de venir el día
en que sienten cabeza las neuronas
impulsivas;
se dice que la edad,
con su telaraña de canas,
toma preso y devora
el tábano rebelde de otro tiempo.
Se habla de ingenuidad,
de muchachos utópicos y anémicos
que formaban brigadas o círculos o células
de glóbulos blancos. 27
Se habla de castillos
formados con la arena de fantasmas
que a la incredulidad se desmoronan.
Se cita
la escasez lamentable de mazmorras
que hay en los manicomios.
Pero Eduardo y Guillermo.
Pero Jaime.
No quiero,
no, no quiero la cordura.
En vísperas de ser por las arrugas
invadido,
no quiero, mis amigos, encontrarme
con los pies muy bien puestos en la tierra
de la lógica.
Sueño, mis camaradas,
que hasta el último instante,
mi voluntad aún halle la forma
(contra mí, mis arrugas, mi cansancio)
de levantarse en armas.