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Prehistoria del puño

En un tiempo yo fui, lo que podría
llamarse una persona
decente.
Buena educación.
Eructos clandestinos.
Modales aprendidos con metrónomo.
Y un cajón rebosante de dieces en conducta.
Pero un día,
ante los golpes de culata,
las ráfagas de párpados vencidos,  
el furor lacrimógeno,
me nació un inesperado
«hijos de puta».
Se trataba de mi primer arma,
de un odio que a dos pies
cargaba la sorpresa de su propio nacimiento.  
A partir de entonces,
dentro de mi gramática iracunda,
dentro del diccionario en que mi cólera  
se encontraba en un orden alfabético,  
disparaba palabras corrosivas,
malignas expresiones que eran áspides  
con la letra final emponzoñada.
Pero yo me encontraba insatisfecho.  
Ningún hijo de puta
corría hacia su casa, ante mi grito,  
para zurcir el sexo de su madre.  
Mis alaridos eran inocentes,
inofensivos eran
como besos que Judas ofreciese  
tan sólo a sus amantes.
Ante eso,
pasé de un insatisfecho «cabrones » 23
—pólvora humedecida por mi propia saliva—
a una pequeña piedra,
el pedestal perfecto de mi furia,  
la lápida mortuoria que encerraba
la pretensión guerrera de mi lengua.
Y ahora, en la guerrilla,
mientras limpio mi rifle.
recuerdo cuando yo era, camaradas,  
lo que podría llamarse una persona  
decente.

(2008)

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