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Pronóstico

Cuando caiga en la calle,
en la esquina de Furor y Emboscada,
se escuchará de mis labios:
mis hijos, se llegó el momento de su viejo.
Extiéndanme en el piso.
Para morir deben ponerme aquí bajo las sienes
la más mullida de las piedras
y arroparme con mis propios estertores.
Tomen mi báculo.
Guárdenlo en el mismo sitio
en que, dobladas y planchadas,
esconderán mis sonrisas
mis recuerdos
mi terquedad de siempre
y mis debilidades.
Rodeen después mi cuerpo.
Apresen mis manos.
De vez en cuando interroguen a mi pulso.
Y cuando lleguen
con las mandíbulas abiertas
los segundos homicidas
ciérrenme los ojos
y vean cómo lentamente
se me va despellejando el nombre.

(1990)

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