Loading...

Teofagia

Pese a las sociedades protectoras de animales,
resulta la cosa más común del mundo
que una bestezuela hambrienta hinque el diente en otra
ubicada para su infortunio en un grado inferior
o más desangelado
en la evolución de las especies animales.
El gato sabe de esto
cuando trae entre sus patas
la bola de estambre de un ratón.
También el buitre
cuando arranca silencios ensangrentados
del árbol
o la zorra
cuando busca,
con el hocico emplumado,
donde dormir la siesta...
 
Pero generalmente
el hambre en el bestiario no es horizontal sino vertical:
un animal no satisface su apetito
con las entrañas, la sangre y el aire de familia
de su hermano,
sino con el hígado o los riñones
de la triste alimaña, menuda, que cabe en sus
                                                                  [mandíbulas,
o también: ese virus
con hambre descomunal
que vive en los entresijos del hombre,
tampoco hinca sus colmillos
en la carnezuela sagrada de otros miembros
de su especie,
sino que, ante alguna de las vísceras
que le cierra el paso y le abre el apetito,
avanza, con el deseo chorreante de saliva,
después de dejar tras de sí
un campo de matanza
regado de anticuerpos.
 
Mas cuando adviene el hombre
su apetito es, a un tiempo, vertical y horizontal
y su estómago se diría crucificado
por la gula.
 
Baste recordar el canibalismo o la teofagia.
El primero, cuando los humanos no han logrado aún
darle la vuelta a la página
de su bestialidad y organizan banquetes
donde el plato fuerte
son brochetas ahumadas de animal racional
y donde los comensales
se levantan, casi, con el sabor de sí mismos en la boca.
La segunda, cuando aparece en el hombre
el ansia de zamparse puñados de cielo,
gusanos de ultratumba,
alones de ángel garapiñados de beatitud,
y, satisfaciendo su hambre desmedida,
enterarse del gusto que debe tener el infinito.
 
Entre las ceremonias dedicadas a Huitzilopochtli,
existía la de comerse una estatuilla
a la que se conocía con el nombre de teocualo
(divinidad devorada), dios que pasaba a ser digerido
por los delirios místicos
que luce todo aparato estomacal.
El teocuaque (comedor de dios),
cerraba los ojos,
se introducía entre dientes un teocualo,
corría a acurrucarse en su paladar,
y meditaba en el sabor
que el más allá,
con su aderezo de saliva,
le dejaba,
irritándola,
en la lengua.
 
Ay el hombre.
Ay el hueco de metafísica que carga en el estómago.
Ay las ansias de comunión ascendente
con los seres que aletean su pureza
en algún lugar de lo absoluto.
Ay con los ayes y ayes que se escapan de los entresijos
de la criatura venida a menos cero.
Ay el ansia de tener a los pies
un basurero a donde arrojar nuestras múltiples
y consentidas imperfecciones.
Y ay con la eucaristía
por medio de la cual la criatura
deseando que la protección, el cuidado, la autoridad
formen parte de su flora y su fauna intestinales,
sueña con llevar a su padre en las entrañas.

(2002)

#EscritoresMexicanos En De Memoralia de del descuido imposible lo solDe un

Liked or faved by...
Other works by Enrique González Rojo...



Top