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Yo sigo camino

(Prosa)

Pongo el motor a calentarse, a meditar camino. Le doy un terrón de azúcar a
cada uno de sus caballos de fuerza. Meto primera en mi apetito de espacio.
Someto bajo mis pies, a pisotones, la velocidad. El automóvil sale hecho una
estampida, generando la feroz cabalgata de paisajes en sentido opuesto. Yo voy
al volante. Llevo un haz de caminos en la palma de mi mano. Ríos, montañas,
pueblos están dentro del auto. En su atmósfera se hallan las tierras más
distantes. Puedo doblar aquí, y escuchar las voces  de mi mano derecha. O
puedo, aconsejado por mi corazón, girar hacia la izquierda. Tengo la geografía
en el bolsillo. No hay un solo semáforo capaz de detener mi odisea.
Yo soy el maquinista. El que va a la cabeza de la sierpe, el que está alimentando
la caldera con pedazos de noche, el que jala el silbato para darse un duchazo de
sonidos. Como un torpe pastor que condujera sus corderos a la boca del
lobo, soy quien acarrea la humareda hacia el hambriento túnel. Soy el que, sobre
tantos y tantos durmientes, va desplegando el sueño de llegar hasta el
término del viaje. Yo soy el maquinista, Ulises de  overol que está
empeñado en un viaje redondo por sí mismo.
La línea más corta entre dos puntos es perderle el temor y comprarse un boleto
de ida y vuelta para viajar en ángel. Soy un piloto con diez mil horas de rascarle
los pies a las estrellas. Mis señales de tránsito son las metáforas gongorinas de
los signos del zodíaco. Soy el piloto de una nave que lleva a la prisa como su
viajero permanente. Doctorado en nubes, sé del cielo y sus atajos de aire como la
quiromanciana conoce la palma de todos sus secretos. Consciente de que mi
muerte sería un salirme de mi ruta para entrar a un crepúsculo, me someto
puntualmente al itinerario, a la travesía en hexámetros que me fija la homérica
epopeya.
Yo sigo mi camino, sin oír el canto de sirenas de las anclas. Amarro los oídos
a grandes mástiles de silencio. Soy el timonel, el  radar que percibe el
hormigueo de mis plantas. Enlazo los caminos y corro a no sé cuántos nudos
por hora. Podría pasarme los meses en el océano Pacífico o embarcarme en
alguna de mis lágrimas. Podría... Mas voy, con mi jauría de medios, tras mis
fines. Itaca es el lugar de donde vengo y es también el lugar al que camino.
La odisea, digámoslo, es solamente un círculo (un futuro mordiéndole la
cola a su pasado) que parte y que termina, no en el beso y seguido de Nausica o
de Circe, sino en ese punto de eternidad en el espacio en que mis labios y los
labios de Penélope hacen que sus palabras se desnuden (para hacer el amor) y 43
queden metamorfoseadas en los besos que han prescindido ya de la prenda
interior de toda letra.

(2008)

#EscritoresMexicanos El De me pertenece poco tiempo un

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