Voy mirando lentamente tu figura de pies a cabeza, desde ese instante voy navegando en mares de conocidas olas, me adentro en las profundidades de aguas perfumadas, de curvas templadas, de un amor vertiginosamente tangible. Tus rodillas son las cimas más perfectas; de allí puedo contemplar un paraíso descomunal donde la brisa golpea suavemente los ojos, el tiempo es verano y me conmuevo ante inigualable maravilla creada con minucioso trabajo. Doy un paso, me deslizo por un tobogán de pasión y apego, absorto tras los efectos del querer me dices, bajando la cabeza, si quiero seguir subiendo, por supuesto que quiero! Claro que quiero subir, pero antes permíteme que extraiga agua de este aljibe, pues me falta medio camino por seguir, estoy sediento, bebo, y quiero cavar aquí así llego hasta tu alma, pero me apuras, así que prosigo con lentitud, pero es que me deleito con la parte más mínima de tu cuerpo.

Voy escalando entre escaleras abismales hasta llegar a estas suaves colinas, ah! me quedaría a vivir aquí pero no puedo, no porque no quiero, sino porque debo seguir subiendo para visualizar esa majestuosidad, esas facciones tan bien acomodadas y organizadas. Dedo a dedo con fragilidad acaricio tu piel de pétalos finos, con delicadeza en cada una de mis yemas voy masajeando esas mejillas de seda y las moldeo para acercar de a poco mi cabeza y despliego lentamente mis labios, en ese instante penetras con tu mirada mis ojos antes de cerrar los párpados, más que parpados, ahora son lunas llenas apagadas que irradian belleza y esa belleza me atrae con una avidez sincera, con un fervor incesante. Ahora somos uno, nos complementamos, el beso es placentero, tu besar es el elixir de la vida eterna, ya lo demás es extraño para nosotros porque desde el momento en que nos besamos, creamos una atmósfera incomprensible para el resto de la humanidad y nosotros decidimos callar nuestras voces para comunicarnos de la mejor forma en que sabemos hacerlo.