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Canto a la fuerza sindical

(III y IV)

III
 
Estos sensibles bosques sociales dotados de justísimas lenguas
urgen a la capacidad de mi corazón álgido y solo
para que entienda la amargura del salario miserable;
la aridez de los mineros que sacan de los cárcamos
la esclavitud de los pétreos combustibles;
la desecación de los arroyos pulmonares
por el sílice y la cal de las canteras,
y la agonía de los lívidos púgiles derrotados
por la inercia y los espectros
que atan a sus cinturas emblema falaz de campeones.
 
IV
 
ME inducen a penetrar en los talleres en que obreros tipógrafos
colocan grises sílabas en planchas y molduras.
Aquí la fuerza sindical logra creciente fragor de océano
que mueve sin cesar las tubulares rotativas.
 
Las olas de este mar tipógrafo son páginas
de blanquísimo papel que inunda las metrópolis
y se retira semejando las mareas,
para volver a anegar las casas, las calles, los estadios,
con la velocidad de sus cronologías.
 
¡Qué preludio tan sublime el de los linotipos y las prensas!
¡Qué ritmo tan dinámico el de los aceitados engranajes!
¡Cuánta belleza en las ustorias lámparas y espejos de aluminio
que distribuyen ecuaciones de calor y savias de sulfuro!
 
Aquí los árboles son discos enormes roturados
y laborables hojas su balsámica madera.
Se oye correr los ríos en cuyas márgenes llenas de tórridos pájaros
crecen las plantas de donde fluye la substantiva celulosa.
Todo diluvio aquí se escucha.
Todo huracán aquí distiéndose.
El golpe de las almádenas que parten exágonos graníticos,
repercute bajo el acero de estas bóvedas
donde los relámpagos tienen menor velocidad que la noticia.
Aquí la ordenadora fuerza sindical es blanca república
dirigida por las sienes sinfónicas del hombre.
Y cuando las ventanas de esta fábrica impresora se abren al sol y al viento,
huyen los inmortales libros como alciones
o espumas separándose de los nitrados promontorios.
Los libros inmortales
que divulgan la virilidad de las proclamas y los cantos de Píndaro.
Preferido o celebrado por...
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