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De la marquesa de Ayamonte y su hija, en Lepe

A los campos de Lepe, a las arenas
Del abreviado mar en una ría,
Extranjero pastor llegué sin guía,
Con pocas vacas y con muchas penas.
 
Muro real, orlado de cadenas,
A cuyo capitel se debe el día,
Ofreció a la turbada vista mía
El templo santo de las dos Sirenas:
 
Casta madre, hija bella, veneradas
Con humildad de prósperos vaqueros,
Con devoción de pobres pescadores.
 
Si ya a sus aras no les di terneros,
Dieron mis ojos lágrimas cansadas,
Mi fe suspiros, y mis manos flores.
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