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A Anton Bruckner

Con traición a su vil naturaleza
erigió con su pobre y sola mano
espesas cordilleras de grandeza
coronadas de un brillo sobrehumano.
Su afán fue levantar para el querido
Dios rotundas e inmensas catedrales,
que ornaba con flamígeros vitrales,
usando la materia del sonido.
El hombre tosco que yació asustado
oculto tras los límpidos metales
fue presa de sus miedos y manías.
Que rara disonancia le ha legado
a la historia: junto con sus mortales
delirios, sus eternas sinfonías.

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