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De nombres y el nombre (2)

Era la tarde de ese día y el sol llenaba mi vista entera.
Supe que tenía calor
cuando el frío cesó como una sombra interna:
era el rojizo cielo, era un paisaje
que invitaba al picnic reflexivo y a ducharse
en sus formas claras y naturales.
Estaba drogándome con un amigo
y era una plaza con gente charlando y riendo.
Un policía se nos acerco y nos dijo
que la marihuana, que fumarla en ambientes públicos,
es ilegal por cuestiones de comodidad común.
 
Nos apagamos contra el suelo
como un cigarrillo en su cenicero.
 
Nos pidió, además, el documento.
Se lo dimos.
 
Nos lo devolvió luego de anotar,
minuciosamente, los datos de aquel papel
plastificado.
 
Pienso que nos debió juzgar como pibes tontos
pero no como pragmáticos pibes problemáticos.
 
Mientras se iba a su quehacer formal,
traté de guardar mi documentación,
traté mientras, bajo la luz tardía, la leía.
 
Quién sabe si era la tarde que anochecía,
si era el porro enverdeciendo la conciencia,
pero leí que me llamaba Héctor,
y que sobre mi nombre y el nombre mi herencia
se enumeraba mi existencia
a través de millones
de existencias ajenas.
 
Era la locura en ese día sobre el cual
sospeché que era nadie.

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