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La ofensa del gris.

Sé que he sido,
por largos instantes,
mi propia luz;
y he,
con el índice feliz del curioso,
compartido el pan partido
por el ojo.
Te señalé con palabras
la presencia de un Dios vacío,
de una tierra oscura y fértil
donde decir de una vez Todo.
Hinché la fruta,
di blandas a los dientes
las mañanas en desayuno,
a las noches de las cenas
las piedras para calentarse
El fuego.
 
Y vienes a decirme,
inútilmente,
la pestaña, el hambre de mi cuerpo...

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