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Las propiedades morales de los triángulos

Nadia Sierpinski estaba obsesionada con los triángulos. Probablemente había leído todos los artículos referidos a sus fascinantes propiedades matemáticas y a su enigmática simbología. Se podría decir, sin temor a exagerar, que nadie sabía del tema más que ella. Por lo mismo, no resulta extraño que sus últimas experiencias sentimentales se hayan manifestado en forma triangular. Justamente, la última de ellas parecía haberla refugiado más que nunca en su obsesión.

En una de esas noches de insomnio, en que no dejaba de pensar en los triángulos, se preguntó si podría existir una moral dentro de la geometría. Pensaba, por ejemplo, que, si conceptos como la igualdad o la equidad necesitaban de las matemáticas para ser definidos, era perfectamente posible que otras ideas sobre el bien y el mal también exigieran una expresión matemática. Si existían tantos teoremas que explicaban las propiedades geométricas de los triángulos ¿Por qué no podría existir alguno que describiera sus propiedades morales? Con la ansiedad propia de alguien que vive pensando que la muerte está a la vuelta de la esquina, consultó rápidamente la versión en español de la “Enciclopedia de las Matemáticas” publicada por la Academia de Ciencias de la India. Para su sorpresa, en el tomo dedicado a la geometría se incluía un breve apartado con el siguiente título: “Sobre la clasificación moral de los triángulos”. La fuente citada correspondía al último capítulo de los “Cuadernos Secretos de Mukherjee”, un brillante matemático indio muerto de sífilis a los treinta años.

En el preámbulo del capítulo, Mukherjee explicaba que para derivar las propiedades morales de un triángulo (o de cualquier otro polígono de n lados) se requería otorgar propiedades humanas a los vértices (A, B y C). Específicamente, cada punto correspondería a un sujeto moral, definido por un único atributo: ser consciente o no de su pertenencia al triángulo. De acuerdo con esto, se definían tres categorías:

1.   Triángulo de la Transparencia: Cada vértice (A, B y C) tiene consciencia de pertenecer al triángulo ABC.

2.   Triángulo de la Ingenuidad: Dos vértices (digamos A y B) son conscientes de pertenecer al triángulo ABC. Sin embargo, el tercer vértice (en este ejemplo C), solo percibe el segmento que lo une con uno de los puntos (digamos A). En este caso C no es consciente de pertenecer a un triángulo.

3.   Triángulo del Mínimo Sufrimiento: solo uno de los vértices (digamos A) sabe que pertenece al triángulo ABC. Los otros dos (B y C), solo son conscientes del segmento que los une con A (AB y AC respectivamente).

Después de leer una y otra vez la clasificación y de descubrir aspectos alucinantes sobre la vida de Mukherjee, se pasó toda la noche dibujando triángulos, los que complementó con una serie de notas, citas y fórmulas cada vez menos legibles; pero su intensa labor no se restringió a la vigila, sino que se extendió a la madrugada en la forma de vívidos sueños.

Se preguntará el lector porque conozco tantos detalles sobre Nadia y su intensa noche de trabajo geométrico-moral. Intuye bien: yo soy uno de los vértices en uno de los triángulos que encontré esbozados en su libreta. No lo hubiera descubierto jamás si ella se hubiera dado el trabajo de usar otros nombres para los vértices y más aún, si no hubiera expuesto con tanta claridad sus análisis durante aquel delirante sueño. Aún me cuesta creer que ella, tan inteligente y cuidadosa, haya cometido un error de principiantes. Pensándolo bien, tal vez no fue un error. Sin embargo, debo aclarar al lector que no fue su falta de delicadeza ni la traición misma la que me hizo tomar la decisión. No. Más bien fue el incesante y creciente ciclo de asombro, decepción, vergüenza, orgullo y rabia que me causó ver escrita en letras mayúsculas la palabra INGENUO junto a mi nombre en ese triángulo. ¡El vértice más miserable de todos! Doblemente analizado, doblemente humillado. Pero a punta de balas mi honor ha sido vengado y mi alma ha vuelto a estar en paz.

p.d.: en caso de que el lector sea alguien poco preocupado de los detalles (por ejemplo, un policía), le ruego notar que nuestros cadáveres forman el último triángulo de esta trágica historia: El Triángulo de la Muerte. Así lo he dejado descrito en su libreta: caso particular del Triángulo de la Transparencia, en el que todos sus vértices son conscientes de que van a morir. También incluí mi traducción de los siguientes versos de Thomas Gray, que me parecieron adecuados para la ocasión y que solicito sean usados como mi epitafio:

“Donde la ignorancia es felicidad,
es locura ser un sabio.”

Un último homenaje a mi amada Nadia.

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