Loading...

Relación con las iglesias

No puedo asegurarlo,
pero creo que la primera vez que entré a una iglesia
fue para mi bautizo.
(Seguro no estoy,
porque es muy probable que mi mamá haya ido antes
a bendecir al fruto de su vientre);
Una foto, registro del momento:
Septiembre de 1984 (no el de Orwell, pero casi)
madre, padre, abuelos (+), tíos, padrinos,
y en el centro, junto a la pila bautismal...
El cura.
El santísimo cura,
bañándome de bendiciones;
agüita salvadora de mi alma pecaminosa:
“El que crea y sea bautizado será salvo,
pero el que no crea será condenado
(Marcos 16:16)”
Y el que se bautizó, pero ya no cree,
¿Se va acaso al purgatorio don Marcos?
 
De ahí en adelante:
cientos de misas
cientos de evangelios,
cientos de rosarios,
cientos de oraciones,
cientos de cantos
y una participación estelar como paje de boda.
Estoy seguro de que nunca sentí nada espiritual,
pero una imagen me sorprendió profundamente en el ritual católico:
Ese coro quejumbroso de hombres y mujeres golpeándose el pecho,
repitiendo en sincronía:
 
por mi culpa           (golpe No. 1),
por mi culpa           (golpe No. 2),
por mi gran culpa  (golpe No. 3, de intensidad proporcional a la culpa).
 
¡Rodeado de culpables!
¿Qué habrán hecho?
¿Qué pecado habrá cometido mi madre, por ejemplo,
que se golpea tan fuerte el pecho?
¿pensamiento, palabra, obra u omisión?
Todos probablemente.
Y mi primita linda, con esa carita de angelito
¿Qué maldad habrá cometido?
Le sonrío. Ella a mí.
Y de manera súbita, la culpa da paso a la plegaria:
 
“Le ruego a Santa María siempre Virgen,
a los Ángeles, a los Santos, y a ustedes, hermanos,
que intercedan por mí ante Dios nuestro Señor”.
En castellano: yo no puedo hablar con Dios ahora,
porque he pecado mucho,
pero a los que conservan su gracia,
¿Podrían decirle que lo siento?
Divino Lobby.
 
Durante años mi relación con la iglesia se redujo
a esa pasiva, aunque no poco sacrificada,
asistencia a la misa dominical;
pero una tarde, a mediados de los noventa,
mi madre me “consultó” preocupada:
“¿No crees que ya es hora de que
te prepares para la primera comunión?”
A esa edad no sabía desobedecer.
Esa misma tarde estaba inscrito.
Sabía que sería dura la instrucción,
pero me sedujo la idea de probar al fin ese alimento
misterioso, prohibido,
reservado a los adúlteros.
Quiero decir, a los adultos.
¿Qué sabor tendría el cuerpo de Cristo?
Me lo imaginaba dulce.
Bueno, a esa edad todo lo imaginaba dulce.
La catequesis no me pareció difícil.
Solo había que decir lo que querían escuchar,
y yo era experto en eso.
Sin embargo, dos dificultades pusieron en riesgo mi graduación,
si es que así se puede llamar:
 
I. María José
 
A los doce años,
no me interesaban demasiado las mujeres.
Me parecían seres extraños (¿Los hombres? estúpidos).
Las observaba como quien observa un árbol o un pájaro.
(pecado de mi madre educarme solo entre hombres).
Pero cuando por primera vez oí esa voz segura,
hablando de la Santísima Trinidad,
de Satanás, de los ángeles y de los siete pecados,
sentí algo nuevo.
Algo que no había sentido nunca.
Su nombre: María José.
No podía tener un nombre más apropiado.
¡En sus brazos sería el mismísimo niño Jesús!
La miraba correr por el patio de la parroquia,
con el pelo al viento, sonriendo,
pero nunca le hablaría.
Sufrí en silencio mi calvario adolescente:
“El que mira a una mujer deseándola,
ya cometió adulterio con ella en su corazón”.
(Mateo 5:28)
Muy severo don Mateo.
“No codiciarás la mujer de tu prójimo,
ni nada que sea de tu prójimo”
(Éxodo 20:17)
El olvido es fácil si se escapa a tiempo.
Solda’o que arranca, sirve pa’ otra guerra;
Y eso, no lo aprendí na’ en la iglesia,
me lo enseñó una iñora que dicen,
es mi abuela
 
II. La Confesión
 
La segunda dificultad, relacionada con (I),
fue el último requisito para la comunión:
La confesión.
Mañana luminosa de Domingo (¿No podía ser otro día? No.)
Sentado en la primera banca
el cura consultando su reloj.
El mío marca las 10:01 a.m.
Ángeles y santos en sus palcos.
Yo, peón por otra mano movido,
cuestiono de la visita el motivo:
¿Y qué es lo que debo confesar?
Mis referencias, para clasificar eventos como pecados, eran escasas y se reducían a las siguientes:
 
1.   Diez mandamientos (grabados a fuego).
2.   Ciento cuarenta horas de películas de semana santa.
3.   Lecturas de la biblia ilustrada de mi madre,
en especial el capítulo sobre Sodoma y Gomorra.
4.   Libro de autoayuda para adolescentes católicos, el cual nunca supe cómo llegó
a la modesta biblioteca de mi casa (tengo una sospecha).
5. La antes ya descrita misa dominical.
6. Otras: clase de religión obligatoria, conversación con algún familiar con vocación de profeta, programas de TV.
 
Partí por lo fácil (en tono de genuina disculpa):
—“A veces odio a mis padres”
—“He quemado algunas comunicaciones del colegio”
—“Le robé un juguete a mi primo”
¿Algo más hijo?
—¿Algo más? Eh, eh... no.
¿Seguro hijo? Lo que sea. Confía.
—¿Algo más? ¡¿Qué más por Dios?!
Sentí como si el cura supiera algo
que ni yo mismo sabía. Me puse nervioso.
Sin saber aún el por qué, la palabra brotó,
específicamente, en su forma sustantiva:
                    Masturbación
El eco la mantuvo sonando unos segundos:
               ((Masturbación))
                   (Turbación)
                     Turbación
                       (Turbación)
 
Primera vez que salía de mi boca.
Vergüenza de vocablo nunca dicho.
En la escuela, tenía otros nombres:
paja, elevar volantín,
amar a Manuela Soledad Palma Callosa.
No escuché nada del sermón del cura,
un ángel se puso a tocar la trompeta.
Resultado final
Estatus: Temporalmente absuelto
Penitencia: Una semana de oración
Nivel de arrepentimiento: (+)
Nivel de humillación: (+++++)
 
Pensé nunca más volver, pero...
 
Necessitas Caret Lage.
 
Queríamos conocer gente,
específicamente mujeres.
A las niñas de mi barrio
no las dejaban salir a la calle
(a comprar el pan con suerte).
Mucho lobo en piel de oveja.
Mucho vago buscando amor.
¡Y nosotros sí que éramos vagos!,
de esos que los padres odian
porque de su vida son reflejo.
Las mujeres aún me parecían criaturas extrañas,
pero ahora quería estar cerca de ellas siempre. A toda hora.
¡A esa edad lo extraño resulta tan hermoso! ¿No?
Puede sonar a exageración,
pero los retiros espirituales junto al mar, fueron Sodoma y Gomorra.
“Tomaste asimismo tus hermosas alhajas
de oro y de plata que yo te había dado,
y te hiciste imágenes de hombre,
y fornicaste con ellas
(Ezequiel 16)”
En esos viajes perdí la virginidad,
escribí mis primeros poemas
y me fumé mi primer porro.
“Los caminos de Dios son misteriosos,
como la senda del viento
(Eclesiastés 11:5-8)”
Al final de ese largo carnaval pagano, me abandonó para siempre la fe.
No obstante, aún quedaba el
último capítulo de mi larga
relación con la iglesia:
 
La anunciación
 
Mi primera novia tenía un ciclo irregular.
Solo después lo supe.
Yo no sabía nada sobre la menstruación.
Veinticuatro o cuarenta y dos días eran igual.
Solo sabía que en algún momento llegaba.
Pero un día, no corrió el río.
—¿Cuánto tiempo que no llega?
—Dos meses.
—¡Oh, Dios!
Sus amigas ya lo sabían. Había que actuar.
—Vamos a comprar una prueba de embarazo.
La haremos ahora, en el baño de la capilla.
Tú quédate acá.
(Sabía que el test funcionaba con orina porque
así me enteré de la existencia de mi hermano)
Mi destino otra vez definido por un par de gotas.
Mientras fumo, miro al Cristo crucificado.
Los minutos me azotan como látigo.
¿Y si le rezo a Jesús? No pierdo nada.
No tengo nada mejor que hacer.
De rodillas por última vez:
¡Jesús por favor! No puedo ser papá ahora.
A duras penas me puedo cuidar yo.
Y ella. Ni siquiera termina la secundaria.
¿Qué vamos a hacer con una guagua?
Le hablé de corazón,
como nunca antes,
como nunca después.
El mundo giraba a mi alrededor.
¡Como pesaba esa cruz!
Al fin, escucho al grupo regresar entre gritos.
—¡Dime! ¿Cuál es el resultado?
—El resultado es: (-) Negativo.
“Ustedes no han sufrido ninguna tentación
que no sea común al género humano.
Pero Dios es fiel, y cuando llegue la tentación,
él les dará también una salida,
a fin de que puedan resistir (Corintios 10:13)”
 
De eso, ya son veinte años,
larga vuelta por el mundo;
el abismo es más profundo
con el niño de antaño;
y aunque veces lo extraño
como flor a su semilla,
soy más libre “entre comillas”
sin partir de una verdad.
Eso de amar a una deidad,
no fue cosa muy sencilla.

Liked or faved by...
Other works by Humberto Santos...



Top