Una mañana luminosa,
en el bus hacia el trabajo,
encontró a esa pelirroja
que tanto había admirado.
Le pareció aún más bella
de cómo la recordaba;
cuando era un hombre casado
sin pecado la miraba.
Y ahora, ella estaba ahí,
a dos pasos de distancia;
pero en su corazón huérfano,
alzó el miedo su muralla.
Y pensó por un momento,
como tantos otros días,
resignarse solo a un cruce
en la puerta de salida.
Pero un poeta rodante,
que cantaba por monedas,
le susurró en el oído,
al final de su poema:
“Cuando te haces invisible,
no hay secretos que esconder;
cuando tú no tienes nada,
nada tienes que perder”.
Y poseído, en un papel
escribió su viejo nombre,
nueve cifras y un mensaje:
¿Quieres salir esta noche?
Leve lo soltó en su falda,
la miró por un momento,
y le sonrió, con una mezcla
de dulzura y de tormento.
Y siete noches más tarde,
recibió como respuesta
un enigmático texto:
“loca, pero amé la idea”.
Caminaron y rieron
por las calles de Santiago,
cada cual volvió a su pena,
nunca más se encontraron.