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Carta

Tararear la música que el corazón transforma.

Laberinto que fragilmente construimos a pesar de que todo lo que nos rodea está pudriendose; dentro del lodo, de la miseria que callamos, un Dios que no tiene misericordia consigo mismo y que no habita ya la casa de su padre, nos habla.  Desde aquí veo venir tu niebla a bañar mi noche, a robarse mis entrañas y todo lo que me sobra. La luz de aquel tu horizonte ya no existe, ya no alumbra. Llegas desde lejos a proclamar por tu mano las tierras que no te corresponden, y me encuentras en ti una mañana muerta, decides ser el alivio que debías desde el momento en que cruzaron mis manos tu palabra. El pasado no regresa, sin embargo aquí seguimos aventandole flores.
Desprendo las alas que me crecieron porque desde que ya no te veo un cacho de mi corazón se ha ido a otra parte.
¿Servirá de algo permanecer? Solamente si lleva tu nombre.
Soy esclava de esa sensación que tan bien conozco de recordarte, de decirte cada que sucede que no eres y nunca fuiste un extraño a permanencia. Que eres todo lo contrario y todo lo que quise, que no hay parte que mal recuerde de tu persona.
Hiciste nacer flores de mi pecho para recostar tus agobios. Hiciste de tus pasos mi principio al adorarte. Supe que te querría cada otoño venidero. Las tardes vuelven a tener ese color vainilla cuando pronuncias mi nombre sin darte cuenta.

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