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Ansiedad

Parte de la obra "Avisos de Ocasión"

Es invierno y nada es blanco en donde vivo. Los caballos sueltan nubes por sus hocicos húmedos, y las viejas campesinas se toman fotografías desnudas. Es una mañana como cualquier otra, repleta de movimiento por donde vea, aves posando sus alas en los autos y motores de sierras que devoran troncos, para luego esconderse del lío mañanero.
Estela, hermosa chica, me había prohibido entrar a la casa luego de que la ballena, esa que consiguió en una subasta en el sur de Manhuji, decidió revelarse en el momento menos indicado; era la cena de nuestro aniversario en la vieja choza número tres. Todos estábamos comiendo nuestro Blantehg –una especie de crema de coco, con salpicones de mariscos y hojas de olor–, cuando Mily –nuestra, hasta entonces, mascota ballena– se apresuró por encima de la mesa. Los alimentos volaron por todas partes, y el candelero tronó con los ruidosos chillidos del mamífero.

Cuando los invitados se levantaron, dispuestos a irse, el hachero se apresuró a cerrar la puerta. ¡Qué incrédulos habíamos sido todo este tiempo! ¡Mily y Frank eran más amigos de lo que todos creían! Pasado el susto, y con todos los comensales a medio comer, Estela y yo nos retiramos por la puerta trasera, teniendo especial cuidado con el panal de abejas que nos habían tendido por toda la barra de mármol.
Estela, obviamente, no me lo perdonó. De hecho, digamos, ésta fue la gota que derramó el vaso.

El divorcio ya había avanzado bastante, pero aún podía gozar de una cama caliente y una buena ducha.

Cuando llegué a la mañana siguiente de aquella fatídica noche, mis maletas descansaban sobre el recibidor con una etiqueta que decía <> Obviamente quedé destruido de sólo leerla, con el olor de su perfume y su ausencia.

Hoy, que estaba parado frente a la puerta, luego de pasados unos buenos diez años, estoy temblando y, ciertamente, la bruma no era la culpable.
Huelo que está preparando su inconfundible nujimhú –una clase de crema de coco, salpicada con trozos de mariscos y hiervas sin olor–. El humeante caldo llegaba hasta mi nariz, la humedecía y me hacía ser un poco más valiente de romper aquél cristal.
Dispuesto pues, rompí los vidrios y entré.

Tenía que encontrarla antes de que se pudiera esconder, y no fue nada fácil. Busqué por la sala, la alcoba y los tres baños. No había rastro de ella. Cuando llegué a la cocina, estaba ahí. La olla era inconfundible –de metal gastado, con unos cisnes pintados a mano, pero carcomidos por las llamas de los años–, y expedía vapor como una fábrica de esas nuevas, lejanas y altísimas.

Me dispuse a abrirla, cuando escuché un ruido que venía del ático de la casa. Me apresuré a fumar un poco del caldo y corrí hacia allá.

Llegué y quedé atónito.

Piaciuto o affrontato da...
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