Caricamento in corso...

Diente de león

Es la única persona que me pregunta cómo estoy cuando desaparezco. Me dice un “Hola” cuando los demás no están. Ha contado os días para vernos y yo termino alargando el plazo hasta convertirlo en decepción. Quiere saber más y más de mí, pero las circunstancias hacen que yo tenga que callar, por miedo a que sepa algo que, quizá, no quiere saber.
Quiero saber qué clase de mundo tiene esta realidad tan alterada y por qué no me permite querer a la única persona que detuvo su andar y se agachó para regalarme un diente de león. Y es que no me regaló, según su intención, un diente de león, me regalo una oportunidad para que mis deseos se volvieran realidad.

No lograré que tú, leyendo esto, puedas entender lo que pasa, pero trato de explicarte los hechos que mí alrededor y su bajo criterio, consideran nulos para decir que estoy enamorado de este ser.
Hizo muchas cosas conmigo, sin siquiera yo darme cuenta. Lo repetí con alguien, aquello que hizo conmigo pero a un grado menor, y logré que mi víctima le fuera infiel a su pareja. Entonces, ¿Por qué yo no reaccioné aún peor?

El hecho de recargarse en mi hombro, recostarse en mis piernas o en mi pecho o la simpleza de tomarme de la mano, y yo, tan idiota, no sintiendo más si negando el hecho de que significaban algo. Todas esas veces contuve tanto mi curiosidad, como mis instintos personales hasta conseguir una neutra relación. Excepto una vez. Puedo decir que no fue mi culpa, pero como los demás, no me creerías. Y es justo, a veces también dudo de mí.

Me hacía bien, en tantos sentidos, tener a su cuerpo sobre el mío, sin ningún tipo de perversidad ni deseo, que no fuera el bienestar de ambos. No había ni motivo ni razón para que alguno de los dos hiciera algo que el otro no quisiera, pero su cuello se encontraba a unos tres corazones de mi boca. Pero rato después, lo fue acercando a tal grado de que rosara con mis labios.
No podría pedir una explicación, ni siquiera a mí, nunca la pedí. No la pedí cuando durmió sobre mis hombros, ni cuando uso mis piernas como almohadas. ¿Por qué lo haría hasta ahora? No sabía lo que quería. Pero como buen tonto, lo deduje. Me limité a respirar lentamente, para que el aire y el vapor no le molestasen, pero resultó al revés; cada vez se acercaba más.
Estoy seguro que sintió el leve calor de mi saliva, porque yo mismo podría oler mi aliento. Como un juego, decidí abrir la boca y morder su nuca (Fallando intencionalmente) y su reacción podría confundir a cualquiera: dando un grito suave, acompañado de una risa juguetona, moviendo los labios a ritmo de “¿Qué haces?”. En cambio yo, diciendo a secas, entre con miedo y pena, un triste “Nada”. Me confundió más el hecho de que no separara ni dos milímetros su cuello, haciendo por lo contrario, un leve movimiento hacia atrás. Esto hizo que, sin que ninguno de los dos lo hubiésemos prevenido, besara sin intención su cuello.

No le dio repulsión, y de hecho, a mí tampoco.

Entonces empecé a besar su nuca con tal delicadeza, con la que le quería transmitir mi gratitud por ser quien es.

Sus pequeñas y simpáticas risitas se fueron distorsionando entre pequeños gemidos que cortaban su habla. Mis manos no hicieron nada, ni sus manos, era una danza a solas, perfecta, entre su nuca y mis labios. Ellos se encargaron de todo.
Había sabido que tenía que parar, entre una combinación de jugueteos entre mis labios, mis dientes, mi lengua, mi saliva y mi aliento; no podía hacerle eso; no quería arruinar lo “eso” tan perfecto. Sin embargo, al retirar mi boca de su nuca, no tomaron buen rumbo y me dirigí a hacer lo mismo con su oreja. Fueron segundos, quizá menos de los que yo utilizaría para contar esto, luego retiré toda parte de mi cara de la suya. No dijimos nada, pero no era por pena ni miedo.
De ese día, mis piernas y mis hombros debieron haberse puesto celosos, pues ahora siempre se recostaba en mi pecho, para en un rato, hacer que coincidieran su nuca y mi yugular, y de paso, mis labios probaran ese curioso juvenil  sabor salado.

Una vez, pareciendo una puesta en escena, al tratar de que pareciera un accidente, entre forcejeos juguetones, mi cuello quedo sobre sus labios. No me dio tiempo de decirle anda cuando sentí su saliva húmeda y caliente sobre mi piel. Sus labios expandían sutilmente el riego de su lengua, y sus dientes me regalaban “Te quiero´s” cuando hacían presión suave. No sé si fue el casi imperceptible titiriteo de sus movimientos o la lentitud de los mismos, los que me hicieron darme cuenta del miedo irracional que tenía de no hacerlo “bien”, o quizá de la inocencia de no saber qué estaba haciendo. Yo solo sonreí. Burlándome de la ironía de que siempre buscaba darme lo mejor, aunque no sé si lo merecía.

Quizá ese fue el suceso que me produjo pensar en lo que había hecho por mí. Cosas que todas las personas queremos, pero ni siquiera nos imaginamos cómo se nos presentan. Quería que yo viera como crecía en todos los aspectos, estoy seguro que deseaba que yo me sintiera orgulloso de conocerle. Se preocupaba por lo que me gustaba y lo que no. No podía  no mostrar una sonrisa, pues el no hacerlo hacía que tuviese que darle  una explicación. Su saludo hacia mí era el primero que realizaba cuando llegaba no sé de donde, y posteriormente contarnos la mañana y la media tarde que no nos habíamos visto.

Dejar de hacer algo que consideraba “importante” para poder acompañarle a hacer lo que sea, se me hizo un hábito. Y ahora, lejos de ese entonces, veo que era feliz al hacerlo. Inventamos tantas maneras de estar juntos, tantas costumbres, chistes, palabras, actividades, juegos, horarios y momentos que jamás nos conocimos aburridos.

No puedo dejar que pase desapercibido lo mucho que me enseñó: a demostrar lo que sientes, sin siquiera decirlo. Me hizo entender lo que significa preocuparse, interesarse, desestrezarse, divertirse, escuchar y agradecer a alguien. Aún, y hoy día, estando lejos de ese alguien.

¿Tú qué piensas, amarías a alguien así? ¿Alguien que te de tanto impalpable? Porque en mi mundo, en este mundo, y con esta vida que me tocó sobrellevar, no hay ser, ley o cosa que esté a favor de ello. Y es que, en realidad, ya amo, pero jamás estaremos juntos. Así nos amamos, y es amor...

Piaciuto o affrontato da...
Altre opere di Joed Galbe...



Top