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Parte de la obra "Avisos de Ocasión"

Un buen inicio, eso había sido él. Y lo sigue siendo.
Me habría costado definirle después de pasados ya 1 año y 3 meses desde que llegó a MI vida.

Es irónico, escribo el inicio de cómo él, sin más, decidió ser el inicio de mi todo.
Siempre te hacen creer todos que el inicio de algo realmente especial tiene que ser realmente mágico. ¿Basura? No tanto. Es sólo que vi lo mágico pasado un tiempo. Cuando vez un genial truco de magia y te sorprende, pero con el tiempo y deducción deja de hacerlo, es porque descubres cómo se hizo. Bueno, pues él fue lo contrario a un truco de magia. Me hizo pensar en quién era y qué hacía antes de que pudiera sorprenderme para después hacerme creer en la magia.

No se me acerco encantadoramente a decirme un “hola, ¿te puedo acompañar?”, y ni por el contrario, se me acercó siendo un patán que luego se convertiría en alguien súper sensible. Ninguna de las dos, él no caía en los típicos clichés de libros, películas o series. Él venía de su propio cuento, con un muy buen escritor.

Ninguno de nosotros escuchó música de fondo cuando nos vimos por primera vez en aquel autobús, ninguno sonrió de hecho, ni agachó la mirada. Más bien nos vimos como si tratáramos de comprender algo que no estaba registrado en nuestra memoria, como si hubiéramos tratado de leer un cartel de cabeza. No nos vimos con intención romántica, ni ofensiva, sólo nos miramos, sospechosamente inteligente.
Yo tratando de ver a través de sus cristales, y él tratando de ver por debajo de mi gorro. Fue como si los dos nos reclamáramos por ser diferente a la monotonía respectiva de nuestras vidas. Era una mirada más ofendida que sorprendida, a decir verdad.
Nos encontramos por sobre el montón de entusiasmo derrotado que representaba para nosotros dos el mundo real. Nos dimos cuenta de que los dos nos dimos cuenta. ¿Me explico? Fue como si nos habláramos de todo sin nada. No digo que fue amor a primera vista, ni lo descarto, pero eso se parecía más a un “te quiero reconocer, pero no lo logro”. Como si ambos nos hubiéramos visto en la otra persona. Imagina, vas tranquilamente por ahí y de pronto te ves a ti mismo sentado en algún otro lugar. Obviamente no pensarías nada que no fuera un porqué. Pues justo así, nos sucedió a nosotros.

La intranquilidad que produjo en mí su mirada se quedaría grabada en mi mente hasta nuestro próximo coincidente encuentro. Así fue.

Esta vez yo no iba solo. Una amiga, Lizbeth, me acompañaba a un parque en el que había montones de ardillas y se podía nadar un rato, muy agradable. Yo estaba ansioso de llegar, pues le contaría sobre los planes que tenía de dejar el país en un año o dos. De pronto, y como si todo hubiera sido planeado, él llegó y se sentó sin percatarse de que estábamos en el mismo lugar, de nuevo. Esta vez sería el metro de la ciudad quien sería testigo del destino que implicaba aquello. No exagero.
Era una hilera de asientos, y él estaba uno después de Lizbeth. Cuando lo vi, pensé que no me recordaría. Nos miramos y sin decir más, como si le hubiese molestado que yo estuviera ahí, descendió su mirada hasta su mochila y sacó de ella una libreta y un bolígrafo.

Liz me miraba un poco intrigada, pero no percató como para voltearse  y darse cuenta de mi falta de atención a su narrativa. Él achicaba el arte a bosquejos sobre la hoja. Se le veía apresurado, como si tuviera que plasmar una idea antes de que se le olvidase.
Entre dibujos, letras cortantes que formaban frases limitantes, se fue haciendo una obra meramente ruidosa, dolorosa, intrigante. Yo no podía despegar mi vista a intervalos y mi curiosidad se acrecentaba cuando ansiosamente sacudía el pie izquierdo haciendo un arrítmico golpeteo en el piso. Su mirada se desviaba de vez en vez hacia el techo del transporte, como si buscara información o respuestas en todo lo que alcanzaba a ver en un segundo.

Llegaba la estación en la que nos bajaríamos Liz y yo. Él, arranco la hoja de su libreta, la guardo junto con el lápiz y se apresuró a cerrarla. Descendería en el mismo sitio que nosotros. Observó la hoja en los últimos segundos que nos quedaban y luego, dándome un vistazo rápido, la hizo una pelota arrugada y la dejo por encima del asiento que abandonaba. No lo podía creer, estaba ahí un extracto de lo que era ese chico y estaba prácticamente a mi alcance. Cuando lo noté, la mayoría ya apretaba para poder salir.
Ya había pasado a la obra de quién sabe quién y realmente deseaba ver qué tenía escrito. Entonces, sin avisar a Elizabeth, regresé al asiento de aquel chico y tome la pelota de papel. Estuve a punto de abrirla cuando escuché el grito de mi amiga advirtiéndome que las puertas se cerrarían en cualquier momento. Cuando procesé la información, ya era muy tarde.
Corrí hacia la puerta y esta se cerró frente a mi cara. La pelota calló al suelo y sin más opción, la recogí. Volví a mi asiento y la abrí.
<< ¿Regresaste? ¡De verdad! Muy bien, ahora podemos conocernos, supongo. ¿Cómo sabes quién soy? ¿Cómo sé quién eres? Bueno, estaré esperando a que llames en alguna ocasión. Seguro que lo harías, ¿no? Esta es la primera vez que me pasa algo tan fuerte… debo estar muriendo o algo. Por favor, no te acerques demasiado. Aunque… Sé que debes hacerlo… nos obliga la vida ¿no? Como sea, cuando estés solo, espero, te veré de nuevo. Ethan. >>

¿Ven? ¡No estoy exagerando! Simplemente fue como si rompiera con la cuarta barrera de la propia vida, o algo parecido. Fue como si me llamara al inicio de un algo para lo que los dos ya estábamos listos.

Siempre he pensado que los inicios son lo mejor de todas las cosas. Las historias, las películas, la comida, las personas, los objetos, todo al inicio es bueno. Todo al inicio es lo mejor, porque está en su mayor potencial.
Ahora imagina que cada vez, no importa cuánto pase, eso algo que tiene un buen inicio, vaya por ahí, siendo inicial cada vez que tienes contacto con ello. ¿Me entiendes? Qué tal si algo es nuevo cada vez, para siempre. Pero más que nuevo, inicial.
Él es el inicio en muchas cosas de mi vida, y conforme pasan días, lo sigue siendo. Es como si tuviera la meta personal de serlo. Es el inicio de una nueva vida, el inicio de una aventura, el inicio del resto de mi vida, me atrevería a decir. Y éste texto, es el inicio que se quedará en inicio, para que sea cada día mejor, porque es de él y es mío… es nuestro érase una vez diario.

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