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Rapsodia

Parte de la obra "MAOA-L, Poesía de los desafines de un corazón criminal"

Uno siempre cree poder hallar lo que busca en el lugar que cree que estará. Ojalá ese fuera MI caso. He estado buscando por todas partes, y no encuentro a mi razón.
Unos me toman por loco, lo sé, pero precisamente eso es lo que me da la justificación de lo que digo. Otros, sin embargo, lo ven más como una cuestión meramente filosófica y profunda cuando se los he de comunicar.

Bares de la más baja honra. Cafés solitarios, húmedos, abandonados y que guardan historias profundas, sin ningún tipo de arrepentimiento. Parques de diversiones, bibliotecas enteras, de abajo y arriba. Acuarios, sitios de antigüedades, restaurantes mediocres e iglesias con pecado derramado en sus entradas. La he buscado prácticamente en todos lados.
Mi razón era, aunque poco tenaz, capaz. Creaba, hacía y decía lo que necesitaba en el momento en que lo necesitaba. Nunca fue valorada, estoy de acuerdo, pero jamás tampoco despreciada.

He pensado que quizá se la llevó la muy zorra de mi madre. Fue, de hecho, mi primera sospecha. Ella siempre la retaba, la hacía menos y la enfrentaba como si fuese de alguien de su propia índole, de su mundo de tabaco, sexo, hombres desconocidos y de arrabales sucios de volantes. La doblaba por completo, sin preocuparse de que se pudiera romper o quebrar. Mi estúpida progenitora no hacía más que pisarla cuando podía, la buscaba con desdén y la abrazaba entre sus asquerosas y húmedas piernas. La ensució lo más que pudo. La pervirtió y la sedujo al mismo tiempo.

Si algo deseaba mi madre, era mi razón. Yo no le importaba, pero me reconocía el valor de ella. Pudo quedársela cuando decidí escapar de ese horrible aposento, grasoso y putrefacto que llamaba por hogar.

Quizá quedó en el cuarto de algún hotel, a los que me llevaba y me ofrecía un poco de paz a cambio de un trago de mí, ya añejada, razón.
Tal vez la cambió con algún traficante por un poco de cocaína, para calmar las tantas voces que le pedían a ruegos unísonos que dejara a su hijo a su suerte, por su propio bienestar.
Quizá la vendió por un pene enorme, una lengua áspera con saliva sabor vino o un carro chocado, abollado por malos pleitos y pésimas aventuras.
A lo mejor se la comió, la repartió entre sus amigas de cabaret, sucias puercas que lo embarraron en sus sudorosos, maquillados y mutilados cuerpos.
Quizá está en el fondo de la biblia, justo en la última página, donde me supongo que todos mueren. Yo sentía cada palabra cuando la azotaba con diversión en mi espalda, ofreciéndole joven sangre a su no tan misericordioso Dios. Usaba, de vez en vez, mi razón como un afónico separador.

Puede que esté entre mis viejos juguetes. O que esté en el último hospital, donde me recuerdo con ella en solitario, rosándome los dedos de los pies, intentando hacerme cosquillas para que esbozara una sonrisa masacrada, paralizada de golpes y bolas de quién sabe qué.

Quizá está en el salón de clases, en los inodoros llenos de revistas repletas de seducción vulgar, que ella misma me obligaba a ver, provocándole una risa imparablemente aturdidora.

Mi razón está desaparecida, confundida y distraída.

Tengo la sospecha de que la razón me la arrebató mi madre.

Extraño, sin duda, cuando todo la tenía en mí alrededor.

Piaciuto o affrontato da...
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