Tu boca me recuerda al pasado,
y ahora te veo llegando
implacablemente amoroso
con palabras vacías y
un grito sordo
tortuoso.
El hijo pródigo iba, venía y
ahora está rogando redención,
clamando doblado de rodillas
sobre las espinas
desprendidas de las rosas.
Cómo jadea, cómo llora.
No avances mísero no destruyas al andar
no llegues donde más damiselas
fingiendo amar,
tus caricias fueron tan leves que
se las llevó la mar.
Tu nombre será olvido y te quedarás solo
con la absolución inmerecida
pero ahora retrocede, y esconde tus armas
no esperes el eco agónico de mi crueldad
agarrotada.
Por lo que pasó que ya no queda
y por lo que hay donde ya no existes
ruego a Dios que por favor desistas.
Adiós.