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Reflexio

Momento I.

Sonaba el primer movimiento de la sexta Sinfonía de Tchaikovsky, el tedioso ruido de los autos fue desapareciendo poco a poco, mientras la gente pasaba ante sus ojos, como seres apabullados sin rumbo alguno.

Encendió un cigarrillo, y bebió un largo sorbo de café, el mismo café que ordenaba siempre, americano y sin azúcar, tan simple como la vida misma, al final vivir es un absurdo.

Se hizo consciente, en la lentitud del movimiento de aquella realidad, “estamos condenados”, sentenció alguna vez Sartre; el hombre no es más que un eterno elegir, no hay un destino, una vida astral, un universo conspirador, ni un dios, pensó... somos consecuencia de nuestros actos y decisiones, somos responsables radicales de nuestra propia existencia.

Todo aquello era angustiante, el sin sentido de estar y ser, todo sin ninguna finalidad; lo aprendido, las personas que llegaban y se iban o simplemente aquellas que decidió abandonar, los valores y creencias, los dogmas desde el cielo al infierno, del Puer Natus in Bethlehem al Ecce quomodo moritur justus, iban cayendo uno por uno.

Supo sin más que no hay peor dolor que aquel que uno mismo se infringe cuando rompe consigo mismo, con aquello que tenía por cierto, la concepción de una forma de vida, de actuar y ser... el dilema eterno de ser y saber quien y cómo se es.

Tanto había postergado aquel momento de soledad, y ese simple café fue distinto, pues no había nadie a su lado, y no lo necesitaba, solo era él y sus circunstancias.

Del personal “Unus” - JG

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