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8 de marzo

Retenías,
dentro de un reloj
enterrado entre tus paredes,
el temor veloz a los segundos,
pretendias amputar,
de sus agujas negras,
el ruido y el monótono compás
con los que cada día
se aproximaban las ocho de la tarde.
 
Temías su entrada
hacia la cárcel que era tu vivienda,
exudabas miedo
ante el contoneo de sus llaves,
en la reiteración nocturna
de su frustración en un portazo,
temblabas ante sus palabras
prestas a quebrantar como espuelas
toda compasión,
toda ternura,
temblaban tus oraciones
entre el silencio acuchillado
por cada una de sus frases,
navajas afiladas en su boca
con las que hería las velas de tu barco
para privarte
del derecho a navegar.
 
(Y cada noche las sábanas
eran mortaja humillante,
un mordisco frío que helaba tu aliento).
 
Esta tarde de marzo
has roto la esclavitud de las esperas
con dos gritos,
dos racimos verdes
regados durante largos días
con lo más añejo de tus lágrimas,
has preparado un equipaje de suspiros,
y dejado a tu espalda
aquella puerta de cerrojos abrasados.
 
Has asaltado las calles
dispuesta a buscar otra vez tu sol
y a madurar tus uvas
en la gratitud del aire puro
que durante tanto tiempo te negó
la crueldad de las palabras acopiadas,
por su furia,
en un rincón de tu conciencia.
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