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Los Estragos I: La guerra.

«Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.»

La espada descansa
en el filamento
del alba.
 
Cuando despierte de su
confín onírico
se agrietarán los cimientos
de la falsedad pacífica.
 
Y la mano que la empuñe
guiará al fin, a los
hermanos y hermanas
rumbo a su destino profético.
 
Aceros chocan en intriga desmedida,
flechas viajan convexas
sobre el núcleo del ajetreo caballeresco,
calles y raíces embadurnadas  por restos
de la unión antigua.
 
Mentiras anteceden el unificante consorte,
sollozos moribundos
en calabozos putrefactos,
cadenas tatuadas en las pieles guerreras.
 
Castillos de jade,
casas muzgosas
almas derrumbadas, quejumbrosas;
comulgados los cuerpos de la
pléyade.
 
Como una Epopeya,
entonada por el más discreto
de los Aedos, se alzarán
las trompetas apocalípticas,
en lontananza del
terreno sangriento.
 
La conclusión armisticia,
será poética, cuando
el último hombre en pie
ice la bandera de un nuevo
génesis, que un día, a su vez
terminará.

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