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Breve manifiesto del cambio.

''I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.''
Robert Frost.

El ser humano contemporáneo, y de manera general, todos sus coetáneos, están definidos por ciertos rasgos básicos de conocimientos y placeres, formado totalitariamente por la sociedad que lo circunvala, y por aspectos incipientes a él. Podemos identificar tres aspectos de la decadencia del hombre actual, tres aspectos que convergen y que, o se unifican o se deforman: la mente, el espíritu y su actitud social. ‘‘Sólo un cambio fundamental del carácter humano de un predominio del modo de tener a un predominio del modo de ser puede salvarnos de una catástrofe...’’ esto es muy cierto; la percepción que el hombre moderno tiene de sí mismo, está formado por la sociedad que lo rodea – la más materialista y superflua en eones – de ahí se deriva su soledad, porque dicho concepto ha sido tan maltratado y transmutado, que esclarecerlo es trabajo arduo, se debe remontar a una concepción de introspección: la soledad es la soledad interna por la pérdida propia, que tiene repercusiones de todo carácter conocido por el hombre; el rico que quiere más, está solo, y encubre su soledad con un consumo desproporcionado de fruslerías. Ahora, para provocar un cambio humano total y no parcial – como en el renacimiento o la revolución rusa o francesa – debe añorarse una unanimidad de los tres aspectos fundamentales del hombre, de las cuales, hay una que considero utópica, no por pesimismo intrínseco, sino porque lo anteceden sinfín de fracasos desmesurados: su actitud social, id est, concepciones políticas. Fracasos totalitarios, desde la república, el imperialismo, hasta más modernos como el socialismo y sus derivados, y el engaño de la democracia. Otras que son oníricamente irrealizables, por falta de ese mismo desbalance social: el anarquismo. Así pues, debemos deshacernos de un bienestar general porque es inefable; ahora, es ceñir y unificar los dos caracteres, acaso más importantes: espíritu y mente. Rezo por el uso del arte como medio, no de escape, sino de desdecir la realidad, permutarla a algo novísimo. Cuando un espíritu – alma y  no de cualidad paranormal – está desahuciada, es menester adquirir del arte las cualidades necesarias para reestablecerla, o adquirir una nueva, ergo, aceptar el sufrimiento del alma por medio del momento y de una concepción artística; desde la pintura, la poesía, el teatro, el cine, hasta sus derivados y raigambres, que se van creando y formando. Y de suerte que ésta no es una concepción utópica; parcialmente, en el renacimiento se alcanzó una convergencia de cualidades, el arte, la más álgida de ellas, sin una necesidad tautológica, sino de novedad y, obviamente, de renacimiento. La captura del momento es necesaria para la valoración de los aspectos que se exteriorizan del hombre; el Haiku o las tankas Japonesas son una influencia certera de la capturación de la certeza:

‘‘Si ES real la luz blanca
de esta lámpara, real
la mano que escribe, ¿son reales
los ojos que miran lo escrito?

De una palabra a la otra
lo que digo se desvanece.
Yo sé que estoy vivo
entre dos paréntesis.’’

Y no sólo velo por la restauración del alma, sino mental; considero que arrancar las cualidades del sufrimiento como única puerta de escape es burdo. Hay que aceptar el dolor, y vivir con él, porque en la vida no sólo hay un dolor sino miles. Ahora, darnos cuenta de ese cambio es tarea indirectamente nuestra. Con las diarias peripecias del hombre, habrá una que abra las puertas de la razón artística, por ende, de la unificación creadora. No hay que rehuir a nuestra soledad, al igual que con el dolor, debemos aceptarla, fuente inagotable de experiencia y espiritualización. Velo por la confluencia de ideales, que incluso sobrepasen la utopía social, porque el arte es de seso social. La libertad perdura en la mente, porque hemos de estar arraigados de manera física; el arte es sinónimo de libertad, y ambas se unifican en la mente emancipada. De la pintura, verbigracia, la expresión de un recuerdo – ya sea instigador de una congoja, o una memoria benevolente – o la evocación como Terapia de una imagen o momento, además de la estimulación creadora, se aduce un mensaje, que sólo el artista tiene llave de crear, sígnica o simbólica. En el caso del impresionismo de Ferdynand Ruszczyc, podemos, y es lo que hacemos en los casos de atestiguar el arte contiguo, interpretar y acaso recordar, por medio de esa vía, alguna situación que es ajenamente nuestra; en el cuadro w wiat, recordamos una tormenta que raya el horizonte colindante, nos vemos en él, sentimos como choca con la tierra, olfateamos el petricor y percibimos cuando amaina. El arte en general, es el sendero innato que nos proporcionamos nosotros, sus creadores, para colaborar con el dolor y la austera soledad propia.
Mi concepción del cambio humanístico es tomar el papel de Dioses, que crean y contemplan lo creado; es la revolución del alma, la singularidad para alcanzar la generalidad no deletérea. Y toda forma de creación, de cualquier medio – psicológico o filosófico – alude y atribuye al hombre las formas y las variantes de un cambio, que es de unión ideal, y de altividad del alma.

Ensayo académico que extralimita los rótulos; y que, como es costumbre, roza lo prosaico, pero que sin duda expresa una concepción que no debe ser única.

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