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El Comulgante.

«Un Dios en quien me había sugestionado que debía creer. Un Dios que había pedido prestado en varias partes, que había fabricado con mis propias manos. ¿Entiendes Jonás?, ¡qué error más terrible había cometido! ¿Puedes darte cuenta que mal ministro puede salir de un miserable tan egoísta, tan encerrado en sí mismo, tan ansioso, como yo?».
- Ingmar Bergman.*

Del tallo que liba la luz de la estrella
surge el tañido de la campana remota
y luenga; las aguas rompe y la tierra mella
y se disipa la tumba de la mujer ignota.
¡Pero no digan nada!
 
Ella, postrera, me fustigó con ósculo
furtivo, y con cendales de osadía
llamó a los cimientos de mi cenáculo
mis doce sueños, surcidos de noche y de día.
¡Pero no digan nada!
 
Y yo, epicentro y osamenta
con facundia insidiosa, en mi desgarre
de seda, azuzando batalla cruenta,
aguardo la rosa que me expíe y me destierre.
¡Pero no digan nada!
 
Y mi llanto, con cruel alevosía,
ahoga la tierra yerma de la musa,
donde él fénix en su vuelo cía
y rescoldos hay de mi mental escaramuza.
¡Pero no digan nada!
 
Comulgando por los jardines de la vid,
me derrumbo en mi escombro y grieta.
Plañe mi sombra: «¡Perentorias nubes, morid!»,
y mi alma, al coronar la noche, se incompleta.
¡Pero no digan nada!

*Nattvardsgästerna, 1963.

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