Su corazón,
pequeña avellana,
incapaz de toda emoción
que su instinto nublado no dicte,
sencillez infinita,
alada
le ayuda a borrar todo conflicto
como el agua de lluvia desvanece las lágrimas
o las oculta.
Alberto se acerca desde lo gris,
me respira
y cuando me ve,
con ojitos mojados
si me mira,
saco el paraguas del olvido
ya comienzo a despedirme
pues sus pensamientos son fugaces,
sus recuerdos,
invisibles
y sus palabras, oídos para las mías,
son silencio.
Son
esa ave que planea
desde lo alto
tan sola
Que desaparezca
pero por algún lugar a mi alrededor,
donde pueda yo sentir el vuelo
de sus mudos pensamientos
despeinarme.