La Escultura del Ángel
Mis ojos que cantaban, mi voz inquieta
mi rostro delgado, mi envidiosa silueta
mis pasos suaves de movimiento sin prisa,
el que el entorno me causara risa.
Mis pies que me hacían trastabillar al jugar entre ellos,
las burbujas que en el aire eran destellos
y caían al camino angosto adoquinado
que no ha pasado un día sin haberme extasiado.
El pensamiento insolente de creerme distinta
de creerme parte de alguna especie extinta,
la certeza de que nada comparto con la manada dormida
que marchaba ceñuda por la calle Florida.
Añoraba volar sobre una construcción de imponente figura
cuando un auto me tocó la cintura
y con el sobresalto y sin apartar la vista del cielo
noté que todo esto contemplaba, inmóvil, con recelo
un ángel sin palabras que yacía en las alturas
y que con expresión inmutada me amparaba a mí y a otras esculturas.
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